FRONHA: LOS ANDERSON AL ESTRADO, CAPÍTULO 6 (FINAL)

 


Tedd se acercó a su hermano con una expresión solemne. Todd entendió todo y se mostraba acongojado. “Señor Anderson… qué raro es que lo llame así… ¿cómo se siente usted?

-         Pues, ¿cómo quiere que me sienta? Tenía la intención de ir a comerme un bife de chorizo allí en Buenos Aires y resulta que estoy en un tribunal de Fronha explicando sinsentidos.

-         Entiendo. Por favor, trate de calmarse.

-         Así lo estoy haciendo, créame. No es fácil.

-         Ya lo creo.

-         Objeción, señoría – intervino Iramahín – ¿esto es un interrogatorio o un diálogo?

-         Ha lugar, respondió el juez. Señores Anderson, están en un tribunal, no en un café. Les pido que sean serios.

-         Perdone, señoría, respondió Tedd. Continúo. Señor Anderson, ¿cree que hay una persecución política en su contra?

-         No tengo ninguna duda.

-         ¿Por qué cree que lo persiguen?

-         Pues porque no me perdonan mi trayectoria. No perdonan que un humilde kiosquero, que se arremangó desde muy niño, haya llegado a lugares donde ninguno de ellos llegará jamás. No me perdonan mi origen, no toleran que un simple comerciante que instaló un kiosquito en la calle Chalo haya conducido los destinos del país. No soportan que alguien que viene del llano, de la calle, que se gastó la suela de tanto caminar en las calles de Fromberg y luego de todo el país para atender las necesidades de todos, haya contado con el cariño de su pueblo.

-         ¿A quién beneficia que usted esté fuera de carrera?

-         Pues a todos los opositores.

-         ¿Usted cree que, si se postulara a las próximas elecciones, sería electo otra vez?

-         Pues no tengo ninguna duda. El pueblo sabe y no dudará en volver a proclamarme… si me postulara.

-         ¿Piensa usted postularme?

-         Si yo fuera rencoroso y quisiera encarcelar a todos estos payasos que me acusan injustamente, sin dudas lo haría.

-         Objeción, señoría. No voy a permitir que el señor Todd Anderson, acusado por actos de corrupción, me llame payaso a mí y a todos los que lo probaremos.

-         ¿Qué usted es un payaso? – intervino Tedd –

-         ¡Señoría, protesto! ¡Estos dos señores, que son cómplices en sus actos, están convirtiendo esta audiencia en un circo insoportable!

-         ¡Usted hizo de todo esto un circo! – arremetió Tedd – Y, por esas casualidades, ¿debo recordarle cuándo fue nombrado usted fiscal del estado?

-         ¿Qué tiene que ver?

-         Que fuimos nosotros quienes lo hemos nombrado.

-         ¿Y así nos agradece, señor Iramahí? – acotó Todd –

-         ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaah! Mi apellido es Iramahín”.

Ni bien pegó ese grito desaforado, se lanzó sobre Todd y comenzó a tomarlo del cuello y zamarrearlo. “¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Este hombre está loco!”, exclamaba Todd, mientras Tedd y los guardias intentaban frenarlo. Una vez que lo lograron, el juez finalmente logró que hubiera silencio en la sala. “Señoría, insistió Tedd, ante este acto de salvajismo, solicito que se recuse al fiscal por no estar apto mentalmente. Solicito además que se absuelva de culpa y cargo a los hermanos Anderson por falta de pruebas”. La sala comenzó a abuchear, sin embargo, el juez Tiberio Bigottini pidió que desalojaran a los presentes, antes de dar un veredicto. “En vista de que no se mostraron pruebas contundentes, declaro a los hermanos Todd y Tedd Anderson inocentes. ¡Pueden marcharse!”

Los hermanos salieron con custodia tras recibir insultos y objetos contundentes. Los llevaron al aeropuerto y los condujeron al mismo avión que los trajo, para llevarlos de nuevo a Buenos Aires. Una vez que llegaron y se instalaron en su quinta, estallaron de risa. “Debo reconocer que eres un buen actor”, comenzó Tedd. “Tu actuación como abogado fue excelente. Deberías ejercer más seguido”, respondió Todd. “Este fue mi debut y despedida”, replicó Tedd antes de volver a estallar de risa. “Oye, retomó Tedd, deberemos buscar otro destino.

-         Tienes razón. Hay un buen lugar en Centroamérica.

-         ¡Oh, sí! Allí no nos podrán extraditar.

-         Ni tampoco buscar. Esa propiedad está a nombre de Mitch Buchanon”.

Nuevamente estallaron de risa y brindaron con una botella de champagne recién sacada de la heladera.

El Puma

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