HÉROE, CAPÍTULO 1

 


Sonó la maldita alarma, había que levantarse. Nacho no podía con su alma y vida. La descompostura que tuvo durante la noche, no lo dejó dormir bien. Aún le dolía el estómago. “No debí haberme comido esa pizza, ¿quién sabe cuántos días hacía que la tenía en la heladera?”, balbuceó antes de ir por enésima vez al baño. Tenía una final por delante y estaba lejos de poder jugarla. ¿Qué hacer? Era su oportunidad. Laureano Vázquez se había lesionado y él era la única esperanza. Se tomó una pastilla de carbón y se fue al club sin desayunar.

Cuando Joao Batista lo vio llegar, su sonrisa se convirtió en gesto adusto. Primero le preguntó si estaba bien y al escuchar el relato de su arquero, le dieron ganas de matarlo. ¿Cómo no comió algo más liviano? Y, sobre todo, cómo guardar una pizza tanto tiempo en la heladera. Vázquez, al verlo y enterarse, lo tomó del cuello y luego lo zamarreó. “Pedazo de hijo de puta, vas a salir a la cancha y vas a dejar la vida. Te voy a hacer tragar veinte pastillas de carbón y vas a jugar. Y si no lo hacés, te voy a cagar a trompadas”, lo amenazó. Nacho no respondía, solo asentía. Se levantó y encaró a Batista para asegurarle que iba a jugar como sea. Empezaron a medicarlo y a hidratarlo, además de darle vitaminas y sustancias. Acababan de tocarle el orgullo.

Salieron los equipos a la cancha, en estadio lleno ante un clima nublado. Como era de esperarse, el partido era friccionado y sin ocasiones de gol. El Negro Olivera, figura del Cherquis, era anulado tanto por Joe Cheminé como por Josema Sabato, quienes lo anticipaban, o le cometían falta. El árbitro del partido, Robert Marant, estaba siendo bastante permisivo y ante las protestas, solo señalaba con su mano para que lo dejaran tranquilo. El juego era un espectáculo de patadas e imprecisiones. Ambos parecían conformes con la igualdad y se habían preparado para definir la final por penales.

En el segundo tiempo, el panorama fue igual. El Negro Olivera navegaba en la intrascendencia. No pedía la pelota y casi que se escondía entre los centrales del Defer. Batista se mostraba sonriente, pero quienes lo conocían sabían muy bien que era una manera de ocultar sus nervios. Tenía terror de que le patearan a Nacho, quien caminaba por el área para mantenerse en pie. Llegaba el final. Rodrygo Martínez tenía la pelota en la mitad de la cancha y tiró un pelotazo al vacío. Quien corrió fue Xavier Falbee hacia adelante. Se metió entre los dos centrales adentro del área y sabiendo que no iba a llegar a la pelota, se tiró entre los dos marcadores. Marant compró y cobró penal. Inmediatamente, Nelson Connard, uno de los dos centrales, se le vino encima para protestar. El árbitro no se anduvo con vueltas y le sacó la tarjeta roja en el acto. Pasaron unos minutos en que los jugadores del Cherquis rodearon a Marant, pero éste, impasible, se dedicó a mostrar tarjetas amarillas a diestra y siniestra. En cuanto los hombres del Cherquis dejaron de quejarse, Nacho tuvo una epifanía. Salió corriendo del arco, tomó la pelota y se dirigió al punto del penal. Sus compañeros intentaron persuadirlo, pero se asustaron cuando vieron esos ojos abiertos y esa expresión de demente incurable. Batista ni se animó a intervenir. Nacho tomó la pelota y la ubicó en el punto del penal. Marant le dio indicaciones tanto a él como a James Saint Pierre, arquero del Cherquis. La tribuna de Defer, que estaba justo detrás de ese arco, se mantenía en silencio.

Continuará...

El Puma 

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