LOS CAMINOS CRUZADOS DEL KAISER


 

Imagen: Wikipedia.

    Daniel Alberto Passarella era muy joven cuando soñaba, desde su Chacabuco natal, jugar en el equipo de sus amores: Boca Juniors. Compartía ese anhelo con su familia, sin embargo, su abuela le vaticinó una carrera en la vereda de enfrente. El "Mocho", como se lo conocía en esa localidad del oeste de la provincia de Buenos Aires, se rio de esa posibilidad. Tuvo la posibilidad de probarse en el club de la Ribera y tras permanecer un tiempo en La Candela, la institución xeneize decidió prescindir de él. Se probó y quedó en Sarmiento de Junín, muy cerca de su lugar de origen. Estando ahí, tras pruebas truncas en Independiente, Estudiantes de La Plata y Chacarita Juniors, Raúl Hernández lo llevó nuevamente a Buenos Aires con la idea de que se vuelva a probar. El "Mocho" quería probarse en Boca. Tras ir hasta la Bombonera, Hernández se reunió con la dirigencia, pero no quisieron siquiera tomarle la prueba. En ese momento, Passarella fue tajante: "Quiero ir a River". 

    En Núñez, finalmente quedó. Corría enero de 1974 y el equipo millonario debía enfrentar a Boca. El entrenador, Néstor Raúl Rossi, emblema del club si los hay, encaró al oriundo de Chcacabuco y le preguntó si se animaba a debutar en el superclásico marcando a Ramón Héctor Mané Ponce. "Discúlpeme que le conteste, yo me animo a jugar, hay que ver si usted se anima a ponerme", fue la atrevida respuesta. La historia del defensor en el fútbol grande comenzó contra el equipo del que era hincha. ¿Destino o casualidad? 

    Allí se comenzó a gestar la historia de uno de los mejores defensores de la historia del fútbol. Zurdo por accidente (solía pegarle con la derecha, pero un accidente que tuvo de chico le lesionó su pierna hábil y así aprendió a usar la otra), de gran cabezazo y elevación, con una pegada exquisita y precisa, además de erigirse en un gran caudillo, Passarella convirtió 99 goles en la primera división. Pudo haber convertido su gol número 100, pero Juan Bava, árbitro por demás polémico, se lo anuló. Hubiese convertido ese tanto a... Boca. Fue en la Bombonera, con un tiro libre directo que se clavó en el ángulo superior derecho de Carlos Fernando Navarro Montoya, pero insólitamente, Bava cobró posición adelantada de Jorge Higuaín, cuya posición era pasiva. 

    Como jugador, obtuvo 7 títulos locales y disputó la final de la Copa Libertadores, en 1976, cayendo en el partido definitorio ante Cruzeiro, por 3 a 2. Tras 6 años en Italia, donde defendió las camisetas de Fiorentina e Inter, regresó a River. Sin embargo, ni bien llegó a la Argentina, esta vez Boca lo quiso tener entre sus filas. Su entrenador, José Omar Pastoriza, se contactó con Passarella, pero este se negó y regresó adónde había triunfado. Jugó esa temporada con la Banda Roja puesta, bajo la dirección técnica de César Luis Menotti durante el campeonato, mientras que, durante la liguilla de clasificación a la Copa Libertadores, lo hizo bajo el mando de Reinaldo Merlo. Para su último partido, se cruzó nuevamente con el eterno rival y con el inefable Juan Bava. Tras un tumulto, provocado por Alfredo Graciani y José Tiburcio Serrizuela, en el que el primero agredió al segundo, Passarella reclamó ante el árbitro y el asistente. Por eso terminó expulsado por la misma persona que le negó el festejo por su gol número 100 y que, tras unos años luego de su retiro, confesó ser hincha de Boca. 

    Los caminos de Passarella y Boca siempre se cruzaron. Luego como entrenador, Mauricio Macri, presidente del club de la Ribera, quiso contar con él para cuando terminara su vínculo en la selección argentina. Pero tras varias idas y venidas, el Gran Capitán, dio por finalizadas las negociaciones. Su abuela en Chacabuco siempre tuvo razón. No solamente jugó en River, sino que también terminó teniendo un fuerte vínculo con la institución de Núñez. Fue uno de los cuatro protagonistas de la historia del fútbol en haber sido jugador, entrenador y presidente de un mismo club, junto con Santiago Bernabeu, Carlos Babington y Franz Beckenbauer. Lamentablemente para él, preso de su enorme soberbia y de su falta de cintura política, no pudo evitar reflotar el barco que José María Aguilar (su antecesor) había hundido y dejado en el fondo del mar. Terminó pagando los platos rotos. Una carga demasiado pesada para alguien que, en el pasado, hizo muchísimo para la historia del fútbol argentino.

El Puma

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