Y UN DÍA, ANDREA VOLVIÓ. CAPÍTULO 8 (FINAL)


 

El italiano tenía esa sonrisa marcada con sus dientes blanqueados y su expresión diabólica. Raben los presentó. Cuando Palermitano la saludó, le dedicó su mejor cara alegre, la elogió y le besó la mano como si ella fuera una princesa. Ella estaba tensa, muy difícilmente lo podía disimular. Raben le pidió que lo esperara mientras se despedía de su huésped. Andrea estaba pálida. Cuando Raben regresó y le ofreció ir a tomar un café, la respuesta de ella fue tajante: “Llevame a casa, que no me siento bien”. Él obedeció inmediatamente.

     Andrea siguió en ese estado todo el resto del día. A la noche, no podía dormir. Tenía tan cerrado el estómago que ni siquiera cenó. Raben, por su parte, ni bien apoyó la cabeza contra la almohada, cayó dormido. Mientras tanto, ella permanecía acostada escuchando los ronquidos por un lado y la tormenta que había afuera por el otro. Se levantó y empezó a caminar por toda la casa. Nadie lo percibió.

     Cuando Raben se despertó, vio la mitad de la cama vacía. Comenzó a llamarla dos o tres veces, hasta que vio una nota en la mesa de luz. La leyó y se quedó perplejo. Sin embargo, lejos de desesperarse y salir corriendo a buscarla, se sentó en su escritorio, tomó un resaltador y releyó la carta. Subrayó algunas frases y se levantó. En el papel se veían partes subrayadas en amarillo y una frase en rojo. Entre las primeras se destacaban: “aparecieron viejos fantasmas, esos que me obligaron a huir (…) me doy cuenta de que, por más que lo intente, la vida familiar no es para mí (…) no tengo otra alternativa que seguir huyendo (…) no puedo llevarme a los chicos, estoy segura de que te vas a ocupar muy bien de ellos (…) creeme que por primera vez me enamoré y lo que vivimos fue todo cierto”.

     En rojo, estaba la frase destacada: “No hagas negocios con ese hijo de puta de Palermitano. Es peligroso, es el mafioso que me persigue. Me vio y estoy seguro de que va a volver a terminar lo que no pudo hace unos años. Fue el que hizo desaparecer a Martina, lo vi en las imágenes que se autodestruyeron. No querrás saber las barbaridades que le hizo antes de matarla y desaparecerla”.

     Raben terminó de entender y, a su vez, por esa sensación de que podría pasar algo, no estaba tan afectado. Es decir, lo digirió más rápido en esta ocasión, incluso el hecho de que se había agrandado, nuevamente, la familia. Tomó su desayuno mientras su imaginación volaba a la par de Andrea, que ya estaba en un avión yendo a un rumbo desconocido.

El Puma

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