Y UN DÍA, ANDREA VOLVIÓ. CAPÍTULO 1
Esa mañana en el aeropuerto de Ezeiza era como cualquier
otra. Despegaban y aterrizaban vuelos desde todos los puntos del planeta. En
uno de ellos, después de que todos los pasajeros bajaron, quedaba una persona
dormida en uno de los asientos, acompañada de dos niños. “Señorita”, exclamó el
comisario de a bordo varias veces hasta que la misma se despertara, toda
despeinada, con la cara marcada de estar apoyada en esa almohada diminuta que
ofrecen los vuelos y notables ojeras. Andrea Tellucci estaba irreconocible. En
cinco años había envejecido el doble. No sabía ni dónde estaba, ni lo que
estaba haciendo, hasta que después de unos minutos cayó en cuenta. “¿Cuánto
tiempo dormí?”, preguntó ante la atónita mirada de la tripulación y de los dos
chiquitos que no se movían del lugar. En forma lenta, se incorporó con un leve
quejido. Los niños la siguieron sin chistar.
Los trámites de migración demoraron más de lo previsto. El
malhumor de Andrea y la impaciencia posterior de los chicos solo empeoraban la
situación. Una vez superada esa etapa, tomaron un colectivo que los dejó en
Retiro y luego otro que los depositó en el barrio de siempre. Todo estaba igual.
Pasó por la iglesia y no pudo evitar recordar al padre Joaquín. Una vez
instalada, lo primero que haría es visitarlo. Sin embargo, los contratiempos
siguieron. La llave de su casa no entraba. Que hubieran cambiado la cerradura
de la puerta de calle no la sorprendió, ahora la de su casa sí, y mucho.
Al parecer escuchar que había alguien adentro, tocó el
timbre. Le abrió un muchacho joven, al que en otra situación hubiese intentado
seducir, y el diálogo fue bastante corto. El muchacho le terminó explicando que
había comprado el departamento a Gustavo Tellucci y que a la propietaria
original estaba ausente con presunción de fallecimiento. Andrea no podía creer
lo que veía y escuchaba. A pesar de que en condiciones normales hubiera armado
un escándalo mayúsculo, no quería hacerlo delante de los niños y, a su vez, no
deseaba que se supiera sobre su presencia pues temía que esa noticia llegara a
oídos de Franco Palermitano.
Continuará...
El Puma
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