EN MANOS DEL SEÑOR


 

         Andrea Tellucci se había sacado una gran mochila de encima y ya no sentía esa culpa que le carcomía la conciencia, si es que tenía una. Sin embargo, como en la fábula del escorpión, su esencia seguía siendo la misma. Ayudada por una enorme belleza, seguía conquistando y rompiendo corazones permanentemente. Su agenda se había completado, tanto dentro como fuera del trabajo. Era común que se quedara algunas horas más en la oficina haciendo horas extras en despachos de gerentes, como en algún subsuelo donde rara vez entraba alguien. Estaba completamente desencadenada.

         Se venía un fin de semana largo y, para no perder la costumbre, Andrea decidió ocuparlo. Esta vez, se encontraría en el aeropuerto de San Fernando con su amante ocasional, para tomar un vuelo privado aún no sabía adónde. El día estaba hermoso, con un sol que rajaba la tierra. Ella se vistió con prendas cortas y cómodas que resaltaban su hermosa figura. Imposible que pasara desapercibida. Su pelo largo, algo ondulado flameaba cuando ocasionalmente soplaba una leve brisa. No esperó mucho tiempo a su galán. Este último tampoco fue indiferente. Morocho y con aspecto mediterráneo, gafas oscuras, camisa hawaiana, bermudas y calzando ojotas, Franco Palermitano lucía completamente relajado y agasajando la ocasión que estaba por vivir. Se saludaron con varios besos apasionados en la boca y él tomándola de la cintura, sonriendo le hizo el gesto con la cabeza para subirse al avión.

         Tenían ambos una cabina privada, cerrada solo para ellos. En otra viajaba un mayordomo y además estaba el piloto. Ella no tuvo ni tiempo de preguntarle adónde iban, puesto que él la llevó muy rápido a la cabina y la cerró como para comenzar en ese instante con la lujuria desenfrenada. La cabina estaba equipada con paredes que absorbían ruidos, por lo que ni el piloto ni el mayordomo podían escuchar los gemidos y los gritos, por más que supieran perfectamente lo que allí adentro sucedía. Después de varias horas de pasión desenfrenada y de sueño, el avión aterrizó. Salieron de allí para poder desayunar. Andrea trataba de adivinar dónde estaba. Solo veía una isla paradisíaca y una casa enorme, rodeada de una playa con arena blanca y agua transparente. Cada vez que le preguntaba a Franco dónde estaba, este evadía responder en forma hábil mostrándose cariñoso y tocando el cuerpo de su amante hasta que ella dejara de insistir.

         Pasaron los tres días entre el mar, la arena, la habitación y la terraza, disfrutando, comiendo y haciendo el amor una y otra vez. Andrea estaba en la cresta de la ola. Sentía que era la ocasión de enganchar a alguien como Franco para poder vivir tranquila por el resto de su vida. No le importaba – ¿alguna vez realmente le importó? – que él fuera casado. Estaba convencida de que Franco iba a dejar a su mujer de inmediato ya que no podía privarse de estar con una diosa como ella.

         Durante la última noche, ya cerca del amanecer y después de haber copulado por enésima vez, Andrea comenzó a utilizar su tono de nenita malcriada cuando iba a pedir algo. Franco, que le gustaba la vida lujuriosa, pero al que le sobraba inteligencia, comenzó a sonreír. Pero no para otorgarle el deseo a Andrea, sino para burlarse de su petición. Ella, perseverante en ese aspecto, siguió insistiendo, pero no encontraba la respuesta deseada. Ante la falta de aceptación, decidió esperar a otra ocasión.

         Llegaba el momento de volver. Cuando Andrea estaba por subir al avión, Franco se le acercó, le dio un beso en la boca y le dio un pendrive. “Debo quedarme a solucionar algunas cosas por aquí – comenzó él – pero tú puedes regresar. Te aconsejo que veas ese pendrive cuando llegues y que veas qué vas a hacer. Si tu inteligencia es proporcional a ese hermoso cuerpo ardiente que tienes, tomarás la mejor decisión. ¡Ciao bella!

         Andrea no entendía nada. Primero, estaba desilusionada y enojada porque Franco no volvía con ella. Luego, no sabía que iba a hacer sola durante tantas horas. Pensó en jugar con el mayordomo, pero el hombre era muy mayor y, a pesar de casi no contar con límites, no se animó a tanto. Se pasó el viaje durmiendo, despertándose en San Fernando. Llegó a su casa y tomó el pendrive y lo conectó a su computadora. Lo primero que vio en la pantalla fue un letrero que rezaba: “ESTO LE SUCEDIÓ A LAS ÚLTIMAS PERSONAS QUE INTENTARON CHANTAJEARME”. Mientras miraba, abría la boca horrorizada y su mirada se fue transformando. Un fuerte dolor en la boca del estómago se agudizaba más y más con el pasar de los segundos. Al finalizar las imágenes, otro letrero apareció. “ESTE ARCHIVO SE AUTODESTRUIRÁ EN 5, 4, 3, 2, 1” y se apreció una imagen de una explosión en la pantalla. Andrea estaba aterrorizada. Sabía que debía huir lo antes posible. Sin dudarlo ni un minuto, salió corriendo a la iglesia de la esquina a ver al padre Joaquín. Este, al verla, sabía que nada bueno podía estar sucediendo. El sacerdote, como verdadero hombre de Dios, la acogió y la escuchó. Andrea intentó mostrarle el pendrive, pero este estaba vacío. Le contó lo que había sucedido y lo que había visto. El padre encontró una solución enseguida. Le dijo a Andrea que vaya a su casa y haga los bolsos con ropa larga y que la cubran por completo. Esa noche, salía en una misión humanitaria a África. Andrea obedeció sin cuestionar nada y por la noche, se subió al avión con otros misioneros. El padre fue a despedir a dicha misión y estaba acompañado de su viejo sacristán. Este, con la mirada preocupada, le dijo al sacerdote: “Padre, ¿está seguro de lo que hace?

-         A seguro se lo llevaron preso.

-         ¿Y entonces?

-         Todo estará en manos del Señor”.

El Puma

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