DANIELA, CAPÍTULO 3 (FINAL)


 

Pedro sentía que estaba parado en un ring frente a la vida y que estaba siendo castigado una y otra vez. Demasiados golpes en muy poco tiempo. Pidió unos minutos para darse una ducha caliente, antes de salir junto a Daniela en dirección al hospital. Durante el viaje, continuaron charlando. Allí se enteró de que él había sido el gran amor de Natacha. No sabía cómo decirle que él, en realidad, tuvo un affaire con su madre solo para vengarse de su odiado hermano. Si bien Natacha le gustaba mucho, pues era una muchacha hermosa y, por demás, deseable, se movió más por celos y venganza que por ese sentimiento puro y noble que ella tenía por él. En ese momento, se arrepentía de ello, habiendo deseado que el sentimiento de amor fuese mutuo. El asesinato de Daniel había abierto una caja de Pandora que parecía maldecirlo a él y a las personas que lo rodeaban. Empezó a ordenar en su cabeza una y cada una de las maldiciones. Hasta llegó a pensar que su madre, adoradora de Daniel, le había realizado un truco de magia negra. ‘La vieja lo hizo con más de uno, ¿por qué nunca se me ocurrió antes?’, pensó mientras viajaba ligero por la ruta 2.

Natacha yacía en una cama desde hacía varios días. Solo había pedido un último deseo. Daniela se lo estaba por cumplir. Solo quería poder irse en paz habiendo aclarado las cosas con su cuñado. Había seguido todo lo sucedido en el juicio por el asesinato de Daniel, tan es así que hasta presenció gran parte del juicio oral y público, camuflada entre los que asistieron. Casi no pensaba en otra cosa que en volver a ver a Pedro.

En Mar del Plata, el día también era gris y ventoso. La Ciudad Feliz parecía desierta en ese momento. Para su sorpresa, a Pedro no le costó encontrar lugar para estacionar. Daniela lo condujo a la habitación. Al verlo, Natacha, con la poca fuerza que le quedaba, logró sentarse y sonrió después de mucho tiempo. Pedro se acercó a ella, y se tomaron de las dos manos. Natacha lo miraba una y otra vez y su sonrisa iluminaba el ambiente gris. No hablaban, solo se miraban. Él entendió todo lo que no había logrado entender durante más de 30 años. Lo que para él fueron, en su momento, unos momentos de pasión, para ella había sido el paraíso. Cayó en la cuenta de que él había sido un estúpido al haber estado celoso de su hermano, del que sabía era un pobre tipo. ‘¿Cómo pude ser tan ciego?’, se preguntaba mientras miraba a Natacha. Esa Natacha tan hermosa que había conocido de joven, estaba despidiéndose. Su rostro se mostraba cada vez más cansado y las fuerzas comenzaron a ceder. Ella miró hacia su mesa, indicándole a Pedro que se llevara el sobre que había en ella. Luego miró a Daniela, se recostó y volteó su cabeza mirando a Pedro para alcanzar a balbucear, antes de sonreír por última vez e irse: “Es tu hija”.

El Puma

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