DANIELA, CAPÍTULO 1


 

         La mañana era gris. Las nubes amenazaban, pero no se decidían a descargar toda el agua contenida. Pedro miraba el panorama por la ventana mientras reflexionaba. Hacía tiempo que su cabeza era un volcán a punto de estallar. Ataba cabos, tejía hipótesis, pero no llegaba a ninguna conclusión. Había tenido tantas revelaciones lógicas, excepto la última. A su vez, se recluyó en una chacra que había comprado antes de que Lenka se enfermara. La casa era grande y se había vuelto solitaria.

         Pedro no atendía el teléfono. Debía pensar en como iba a encarar esa paternidad inexplicable. Y, en especial, quería eludir a cuanto medio y periodista se le pudiera cruzar. Bastián Polievsky ya lo había mencionado algunas veces en su programa y hablar con ese sujeto al que despreciaba, no era una opción. La soledad y el silencio lo tranquilizaron al principio, en los últimos dos días, se le hicieron insoportables.

         Finalmente, llegó la tormenta. El cielo se venía abajo, con rayos y truenos. El sonido llenó de cierto vigor a Pedro. Como si se hubiese iluminado o hubiese tenido alguna revelación, se levantó como un resorte de su sillón y se dirigió al auto. Cuando llegó, estaba empapado, como si hubiese recibido tres baldazos de agua. Solo atinó a sacudirse un poco, como un perro, y arrancó el auto. Pasó por los caminos de tierra, resbalosos y peligrosos, como si corriera un rally. El cielo estaba negro y la visibilidad era casi nula. No había nadie en la ruta. Pisó el acelerador y llegó a un punto en que el auto temblaba.

         Llegó a su departamento en Belgrano en tiempo récord. Seguía lloviendo, pero al lado de como estaba el panorama al salir, parecía una llovizna. Pedro había tomado frío y comenzó a estornudar permanentemente, lo que lo hacía maldecir cada vez que lo hacía. Llegó a la puerta y percibió que había una chica joven parada al lado de la puerta. La miró de arriba abajo, entre sorprendido y con cierto fastidio. “¿Qué hacés acá, nena? – preguntó con una mirada de desconfianza – Me parece que te equivocaste de departamento.

-         ¿Usted es Pedro Vlaovic?

-         Sí – respondía mientras miraba a su interpeladora de costado con más desconfianza que antes – ¿Y vos quién sos?

-         Me llamo Daniela Vlaovic. Soy hija de Natacha”.

Pedro quedó estupefacto. La foto que había encontrado en la casa de Daniel poco tiempo atrás se estaba presentando frente a él. Al observar a la chica y su tez pálida, combinada con su pelo rubio y los ojos claros, notó un parecido a su madre. Pedro la hizo pasar y simplemente, le pidió que le contara la historia o lo que se le había permitido saber.

Continuará...

El Puma

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