A CONFESIÓN DE PARTES, CAPÍTULO 3


 -         Mi matrimonio fue una farsa desde el comienzo. Felipe no era ni siquiera el tipo de hombre que me gustaba. Sabía que era rico, lo que no sabía era que fuera un tránsfuga.

-         Si me permitís, creo que lo sabías y que no te importó. ¿O me equivoco?

-         … – hubo un largo silencio. Andrea estaba algo azorada por la crudeza del sacerdote. Por otro lado, que su interlocutor la llevara a hablar a calzón quitado, le gustaba – No se equivoca para nada.

-         Apreciaría que no des vueltas cuando me cuentes las cosas. Sé lo directa que siempre supiste ser. Por eso es por lo que se te respetaba cuando eras más joven.

-         Tiene razón, padre. Lo único que me atrajo de Felipe era su dinero. Solo ambicionaba viajar por el mundo y tener mis lujos… bueno, mis lujurias también.

-         ¿Le fuiste infiel?

-         Creo que conoce la respuesta.

-         Quiero oírla de tu boca.

-         ¿Es necesario?

-         Vos sos la que se está confesando, hija mía.

-         Sí, le fui infiel hasta con el jardinero. Espero que no me juzgue.

-         No soy quien para hacerlo. Solo Dios lo hará.

-         Pensé que, por lo menos, se iba a sorprender.

-         Andrea, yo te descubrí besándote con Esteban dentro de uno de los confesionarios al final de una misa. Decime qué es lo que me tiene que sorprender.

-         Hablando de Esteban, tuvimos un encuentro hace un tiempo. Y, para aclarar el episodio, no nos estábamos besando.

-         Andreíta, hice votos de castidad, pero no soy estúpido. Si no hubiese aparecido, capaz que hubieran incluso pasado a… – carraspeó antes de poder decir lo que estaba por decir –.

-         Sé muy bien que eso hubiera querido él, pero no se hubiera animado. Si en su momento me mandó a un alumno nuevo a decirme que me quería. Yo lo histeriquee también, en honor a la verdad. Decía, tuvimos un encuentro, él se ilusionó de más y yo no sentí nada. Es más, me aburrí. Sin embargo, él insistió. Y bueno, yo pensé ‘él se la buscó’, entonces seguí con el jueguito. Nos veíamos cuando yo quería, teníamos relaciones cuando yo quería, hacíamos lo que yo quería. ¡Pobre Esteban! Creía que yo era la novia.

-         Y después de eso, encontró el amor y la felicidad. Además de un tremendo bienestar.

-         ¿Y usted como lo sabe?

-         El mundo es un pañuelo.

-         ¿Puede creer que apenas lo dejé consiguió una casa en Italia por un euro y se fue para allá?

-         Lo sé.

-         Y encima se casó al año. ¡Hoy es rico! ¡Esteban!

-         Sí, Esteban.

-         ¡El boludo de Esteban!

-         Evidentemente tan boludo no era.

-         Padre, usted también lo conoció.

-         Sí.

-         ¿No se acuerda de que era el boludo del curso?

-         Del barrio, diría yo. Sin embargo, él engrupió a todos. Evidentemente le servía que todos creyeran que era un boludo.

-         ¿Usted no pensaba que fuera un boludo?

-         Para nada. Le faltaba poder creer un poco más en sí mismo. Se veía que sus condiciones iban a aflorar. Todos le tenían envidia y eso nublaba su juicio.

-         ¿Y por qué nadie más lo vio?

Muchos lo vieron, por eso lo ninguneaban. Creían que eso iba a arruinar su confianza. Funcionó por un tiempo. Continuemos con la confesión, hija mía.

Continuará

El Puma

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