A CONFESIÓN DE PARTES, CAPÍTULO 2


         Se vistió en forma muy discreta y no prestó demasiada atención al principio de la misa. Sin embargo, al momento de la lectura del Evangelio, escuchó la parábola del hijo pródigo y allí varios recuerdos pasaron por su cabeza. Volvió a la época de su infancia y adolescencia, cuando iba despreocupada por la vida y con el solo objetivo de juntarse a jugar con los chicos del colegio y el barrio. De pronto, su mente se puso en blanco. Pasó de recordar los inocentes juegos de niñas, a los mixtos cuando junto a los varones jugaban al “semáforo”. Allí se percató de que era codiciada por varios de sus compañeros de clase, lo que la halagó al principio para luego darle un poder que no pudo, no supo o no quiso controlar. El hecho de saber que, adoptando alguna postura, impostando la voz o haciendo visibles partes de su cuerpo, podía obtener lo que quisiera. Fue atando cabos, aunque la misa terminó antes de que ella siquiera pudiera alcanzar la mitad de los acontecimientos que le ocurrieron hasta ese entonces. Empezó a ver cómo los presentes se iban retirando. Después de mucho tiempo, no le interesaba saber si alguien la miraba. Fue la última en salir. El padre Joaquín estaba en la puerta saludando a uno y cada uno de los fieles. “¡Cuánto tiempo sin verte, Andrea!

-         Me da mucho gusto volver a encontrarlo, Padre.

-         ¿Qué te trae por acá?

-         Me encantaría poder conversar con usted. ¿Cuándo podríamos vernos?

-         ¿Tenés tiempo ahora?

-         ¿Usted tiene tiempo para lo que le voy a contar?

-         Todo el tiempo del mundo, hija mía”.

Luego de tocar algunos temas formales, decidieron ir al cuarto que el sacerdote tenía al costado del altar. El padre Joaquín llevaba muchos años en el barrio, era conocido de la familia Tellucci y catequista de Andrea para su primera Comunión. Era un hombre de edad algo avanzada, aunque sus años los tenía muy bien llevados. Ofreció a su invitada un café antes de comenzar a conversar. “¿Qué te anda pasando Andreíta para que vengas a verme después de tanto tiempo? – comenzó el padre Joaquín –

-         Padre… estoy perdida.

-         Lo noto por la cara que tenés, que vos te percates de eso es un muy buen avance.

-         ¿Usted supo algo de mí en todo este tiempo?

-         Sí, supe.

-         ¿Qué fue lo que supo?

-         No te olvides que yo te case. Creo que no nos volvimos a ver desde ese entonces. Volviendo a tu pregunta, me enteré de que te divorciaste y mal. No me gustaba ese hombre, si debo serte franco, sabía que algo malo se traía. Quisiste sacarle todo sin darte cuenta de que el tipo era un pez gordo. Y encima se te fue todo en el juicio.

-         Mi abogado me cagó.

-         Y todos los inocentes están en la cárcel. A mí no, querida. Ni vos te lo crees. Necesitás culpar a alguien.

-         A usted no lo puedo engrupir. Necesito… – Andrea bajó la cabeza y parecía que iba a estallar en llantos, pero logró contenerse – quiero… usted no va a hablar de esto con nadie, ¿verdad?

-         Te doy mi palabra.

-         Necesito confesarme.

-         Bien. Soy todo oídos, hija mía.

Continuará...

El Puma

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