A CONFESIÓN DE PARTE, CAPÍTULO 4
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Bueno, usted sabrá que tuve otras
aventuras…
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Dejame terminar la idea. Todas con hombres
casados.
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Evidentemente no hay forma de que lo
sorprenda, padre.
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Soy hombre de Dios, hija. Me entero hasta
de lo que no quiero.
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Falta que me diga que es Dios, capaz que
hasta lo creo.
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No me tomes el pelo, hija mía.
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Perdón, padre. ¿Sigo?
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Cuando vos quieras.
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Después de divorciarme de Felipe, apareció
Esteban. Lo corté porque me involucré con mi jefe. Me imagino que vio los
noticieros de ese entonces.
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Sí, muy a mi pesar. De lo único que se
hablaba era de Humberto Rivera y sus aventuras amorosas. Además del asesinato
de su esposa, tema que la justicia no resolvió.
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No solo fue con Rivera.
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No hacía falta que me lo aclararas. Vi tu
declaración y tus respuestas ante los nombres de cada una de tus conquistas.
Mejor no entremos en esos detalles. Ni tampoco me cuentes del detalle de tu
relación poco antes del asesinato.
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Puedo contarle cómo fue”.
Por
primera vez, el padre Joaquín quedó mudo. Andrea logró lo que venía buscando y
sintió una pequeña satisfacción, aunque fue rápidamente reprimida por un
autoreproche. Sabía que acababa de meterse en un lío del que difícilmente iba a
poder salir. “¿Tuviste algo que ver? – comenzó el sacerdote con una mezcla de
susto e indignación –
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No directamente.
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¡Explicate!
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Bueno, yo no la maté, si es eso lo que le
preocupa.
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Pero…
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Presencié el asesinato.
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Si decidís contarlo, todo va a quedar en
secreto de confesión.
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Por eso mismo lo voy a contar. Esa mañana,
Humberto me citó a la casa. Renata, su mujer, había salido. Tuvimos un
encuentro… muy rápido. Demasiado, quizás…
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Evitemos esos detalles, hija mía.
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Perdón, padre. Cuando nos estábamos
terminando de vestir, entró Renata. La escuchamos y yo salí por la puerta de
atrás. Ni bien salí, se empezaron a escuchar gritos. Ella no era estúpida,
sabía que era cornuda. Se lo estaba reprochando y él gritaba como un
desaforado.
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¿Cuánto tiempo te quedaste ahí?
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Me dio miedo moverme. Escuché todo, padre.
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¿Querés seguir?
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Sí. Sí, quiero.
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La última vez que te escuché decir eso fue
antes de iniciar todo tu calvario. Quizás este sea el cierre.
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Dios quiera.
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Amén.
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Volviendo al hecho, escuché ruidos.
Claramente ella le estaba tirando cosas. Varias de vidrio o cristal. Él le
gritaba, le decía que era una loca. Al rato escuché un ruido de algo… en este
caso era alguien, rebotando contra la pared. Me acerqué a la ventana. Vi como
él le daba una paliza. Me asusté. Pensé que podría haber sido yo. La zamarreó,
la cacheteó, le pegó una y otra vez, hasta que agarró un candelabro y se lo dio
en la cabeza. Cuando ella cayó, yo creí que iba a reaccionar y a arrepentirse…
– el padre Joaquín miraba a Andrea con los ojos bien abiertos – nada de eso
sucedió.
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¿Qué pasó después?
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El hijo de mil putas se puso a limpiar
toda la escena del crimen y llamó a Alicia, su otra amante. Le hizo la cama.
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Y vos protegiste a ese hombre, ¿por qué?
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Tuve miedo. Me di cuenta de que, por
primera vez en mi vida, yo no dominaba la situación. Yo creía que, incluso con
Humberto, la batuta la manejaba yo. Me equivoqué. El tipo hizo conmigo lo que
quiso. Bah… conmigo y con todas, ¿no?
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Todo vuelve en la vida, hija mía.
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Me estaba esperando para decir eso,
¿verdad?
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Sabía que te lo iba a decir en algún
momento, pero no en este. Me la dejaste picando.
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Me lo merezco. Eso y mucho más.
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No sobreactúes tampoco, hija. Todos somos
imperfectos.
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Algunos más que otros.
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No se trata de una competencia. Pero no
nos vayamos por las ramas.
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Como siempre, tiene razón. El tipo en un
momento miró por la ventana y creo que me vio.
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¿Estás segura?
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Sí. Por eso cuando llegó a la oficina, me
amenazó.
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¿Te pegó?
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No. Aunque quizás si hubiésemos estado en
otro lugar, lo hubiera hecho.
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¿Después de eso lo volviste a ver?
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Después del juicio, y de haber pasado
detenida unos días, renuncié a mi trabajo. Él sigue ahí, ahora se casó con
Alicia y, seguramente, la muy infeliz está teniendo la misma vida que Renata.
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¿Y a vos qué te preocupa? ¿Qué se haya
quedado con Alicia o que Alicia corra la suerte de Renata?
- …
Continuará...
El Puma
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