A CONFESIÓN DE PARTE, CAPÍTULO 1

 


         Rafael miró su celular en cuanto se levantó de la cama para ir al baño. Allí pudo ver que tenía 30 llamadas perdidas y otros tantos mensajes. Dejó el teléfono en su lugar, se enjuagó la cara, se dirigió a la cocina para preparar unos mates con tostadas. Al regresar con la bandeja, Gladys lo esperaba feliz sentada en la cama.

         Pasaron el día entero juntos, olvidando que sucedían cosas fuera de esa casa. El mundo se había frenado y no existía otra cosa que los dos tórtolos amantes. Sin embargo, como reza la canción “presente”, todo tiene un final, todo termina. Así y todo, tardaron mucho en despedirse.

         Apenas cerró la puerta, notó que su celular estaba vibrando. Observó y tenía el primer mensaje típico de las parejas recién constituidas: “te extraño”. Rafael sonrió con esa expresión embobada de un adolescente que da su primer beso. De pronto, le entró otro mensaje. “Ya me diste motivos de sobra para hacerlo. Vas a ser responsable de esto”. Cuando vio quien le enviaba el mensaje, solo atinó a suspirar y, acto seguido, a borrar todos los que no había leído.

         Andrea Tellucci esperaba que Rafael le respondiera. Mientras menos noticias tenía, su cabeza trabajaba en forma desaforada y nublando su juicio, aunque su imaginación acerca de lo que hacían él y Gladys no estaba errada en absoluto. La sola imagen que se hacía de ellos dos juntos, le sacaban todos los demonios de adentro. Seguía tipeando sin éxito. Al quinto mensaje después del único que Rafael leyó, se dio cuenta de que ya no llegaban. Su ira iba en aumento y más cuando se percató de que él la había bloqueado.

         No sabía qué hacer. Eran las últimas horas de la tarde de domingo y sentía que estaba en el infierno. De pronto, cuando iba a intentar llamarlo una vez más, escuchó las campanas de la iglesia que estaba en la esquina de su casa. Su ira amainó por un segundo y, vaya a saber por qué, sintió la necesidad de salir a escuchar la última misa del día. Se duchó rápido y se arregló un poco, no lo suficiente para disimular la cara de alguien que no había pegado un ojo la noche anterior.

Continuará...

El Puma

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