MÓNICA, CAPÍTULO 4 (FINAL)


 

Comenzó en ese momento una luna de miel de ensueño y, a su vez, muy intensa. Por un lado, su intimidad y felicidad, por el otro la cantidad muy numerosa de niños y adolescentes que vivían allí. Encontraban el equilibrio para ambas cosas. Las preocupaciones, los interrogantes, el temor a represalias de Tiburcio habían desaparecido. Decidieron no casarse. No era necesario un papel, había demasiada historia entre ambos. Se compraron unos terrenos para construir tanto para vivienda propia como para hacer negocios inmobiliarios. Estaban todo el tiempo juntos, inseparables como en la época universitaria. No tardó mucho Mónica en quedar embarazada.

Los meses siguientes fueron duros para ella. Sentía muchas náuseas y dolores corporales muy fuertes. Él, preocupado por la frecuencia de esos malestares, decidió acompañarla al médico. Mónica pidió entrar sola para que la vean, no acostumbraba a tener a alguien al lado frente a un doctor. La visita los tranquilizó en ese momento, sin embargo, los ataques y las descomposturas eran más y más frecuentes. Ella se veía cada día más demacrada, conservando por otra parte su expresión alegre, pero con ojeras cada vez más visibles y signos de agotamiento.

El día de la cesárea programada se acercaba. Mónica se veía nerviosa y Raben, extrañamente, era el que ponía los paños fríos. La noche anterior, ella se sentía mejor y le pidió a él un favor algo extraño para el tiempo que venían viviendo: tener una noche de pasión antes del nacimiento. Por un lado, no quería contradecirla y se moría de ganas. Por el otro, tenía miedo de tener otro susto con la salud de Mónica. Finalmente primó la pasión. Aunque haya sido en extrañas circunstancias, sintieron que fue la mejor ocasión de todas. Se durmieron abrazados como nunca.

Llegó el momento de ir al sanatorio. Ella no hablaba, solo disfrutaba de algo que había soñado desde hacía mucho tiempo. Decidió dejar que todo fluyera. Raben la sostenía cariñosamente de la mano, mientras Mónica le sonreía. No tenía fuerza para hablar. Entraron al quirófano y el médico, al verla, decidió que había que dormirla. Salió una hermosa niña llorando en los brazos de su padre. Ella no lo vio, pero cuando su novio se la acercó, llegó a ver el esbozo de una sonrisa. Mientras Raben firmaba los papeles y pasaba a la habitación contigua junto a su hija recién nacida, Mónica era llevada al cuarto en donde iba a estar alojada. Hacia allí se dirigió él al finalizar. Su adorada dormía profundamente. Pasaba el tiempo y no se despertaba. Raben llamó a los médicos para que la vean. Al hacerlo, nadie podía entender lo que pasaba. Intentaron reanimarla sin éxito. Estaba muerta.

Raben quedó sin habla. Su estupefacción era enorme. Demasiados golpes en muy poco tiempo. Sentía que ya no podía más. Quedó solo llorando en la sala de espera del hospital. Allí terminó de hacer los arreglos para enterrarla. En el cementerio, estaba rodeado de sus hijos. Seguía sin poder pronunciar palabras. Solo quería acostarse y despertarse vaya a saber cuándo. Llegó a su habitación y, al aprestarse para dormir, encontró un sobre arriba de la cama. Si bien su primer instinto fue dejarlo en la mesa de luz y leerlo al despertarse, algo le decía que debía hacerlo enseguida.

Raben, mi amor. Si estás leyendo esto es que ya estoy muerta. Seguramente te estés haciendo muchas preguntas, yo te voy a responder. Me escapé de Paraguay, de Tiburcio y su mafia y de mi vida tan aburrida que tenía allá. Esos días que pasamos en Buenos Aires me abrieron los ojos y me di cuenta de que tenía que estar con vos. Sabía que todo lo que yo quería, solo vos me lo podías dar: amor, familia e hijos. Gracias a Dios, no me equivoqué. También descubrí que estaba muy enferma y que me quedaba muy poco tiempo de vida. Eso me dijo el primer médico que fui a ver. Te pido perdón por no haberte dicho nada, mi amor. Quería pasar mis últimos momentos sin estar pendientes de que fueran los últimos. Cuidá mucho a nuestra hija, yo voy a estar haciéndolo desde otro lugar.

Te amo.

Mónica

PD: A Martina la mató un mafioso que hacía negocios turbios con Tiburcio. Se metió con él y la mujer y así terminó. Ni siquiera te gastes en buscar su cuerpo, no quedó rastros ni de su sombra.

Lloraba mientras la leía y terminó con una mueca ensayando una sonrisa. Imaginaba la cara de Mónica y esa sonrisa tan hermosa y encantadora. Durmió muchas horas. Sus hijos se ocuparon de la bebé. Cuando se despertó, tomó a su nueva hija y la llevó al registro civil para anotarla. Extrañamente, no tuvo que esperar mucho. Cuando llegó su turno, le preguntaron cómo la quería llamar. La respuesta fue, tras esbozar una gran sonrisa: “Martina Mónica Magalí”.

El Puma

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