MÓNICA, CAPÍTULO 3
Raben
llegaba a su casa acongojado y con muchas preguntas en su cabeza. Venía de varios
viajes a distintos puntos del planeta, un poco por negocios, aunque el motivo
real fuese otro. Se puso a investigar y parecía haberse acercado a su objetivo.
Consiguió un contacto que le dio un paradero inicial y varios indicios.
Aparentemente, Martina había sido vista por última vez en un boliche, cenando
primero y luego bailando con un empresario de la noche porteña. La habrían
visto hasta la madrugada, momento en que se subió al auto de su acompañante y
se perdió por algún lugar de la “ciudad de la furia”. De dicho empresario, no
consiguió el nombre. Ni siquiera le dieron pistas para sospechar de alguno en
particular. Según el contacto de Raben, a Martina y a su acompañante los
capturaron y se los llevaron secuestrados. Aparentemente hubo testigos que
escucharon gritos. Pasaron unos días y volvió a juntarse con su contacto, pero
esta vez el encuentro fue estéril. Solo negativas y respuestas cortas y
evasivas fue lo que obtuvo, hasta que decidió presionar, recibiendo como
respuesta un contundente “no me pregunte más”. No se resignaba a no saber dónde
estaba Martina, o si estaba viva o muerta. Pensar en su querida amiga, también
le hizo preguntarse por Natalya y en concluir que había una terrible coincidencia
con el paradero de ambas. Y no solamente por eso, sino también por las respuestas
recibidas en ambos casos. Lo que lo mantenía cuerdo era el hecho de tener que
ocuparse de su familia numerosa. Los hijos que tuvo con Carina ya estaban por
empezar la facultad. Oscarcito ya cursaba la mitad de la carrera de abogado,
mientras que Rolando empezaba la secundaria. Los trillizos que tuvo con Polina
apenas estaban en jardín de infantes. Toda esa responsabilidad no lo agobiaba,
afortunadamente. Mientras preparaba la cena, su teléfono sonó. “Hola… ¡Mónica! ¿Cómo
estás?... ¿estás en Montevideo? Buenísimo… claro… ¿te parece mañana?... Dale…
Beso”, exclamaba feliz. Justo cuando se venía interrogando, apareció quien podría
darle respuestas. Además de la posibilidad de repetir la última noche que ambos
tuvieron en Buenos Aires.
Al
día siguiente había cesado la lluvia, aunque el día estaba gris y muy ventoso.
En la playa de Pocitos, tal como sucediera poco tiempo atrás, Raben y Mónica
volvían a encontrarse. Se fundieron en un fuerte y sentido abrazo, para luego
caminar por la arena. Ella tenía un pañuelo gris claro en la cabeza, un tapado
del mismo color, un pantalón negro combinando con unas botas largas. “Creí que
este encuentro se haría mucho más tarde”, comenzó Raben, “estoy muy feliz de
verte”, concluyó. Ella sonrió algo sonrojada, pero mostrando una alegría
inmensa. “¿Qué te trae por acá?”, continuó él. “Me divorcié”, respondió en
forma tan tajante como exultante. Para Raben, esa noticia equivalía a que el
sol saliera en ese instante y que parara ese viento espantoso. En manera tan rápida
como espontánea, se dieron un largo beso. Siguieron caminando tomados de la
mano como si fuesen novios adolescentes. Les daba la sensación de que el pasado
nunca había existido. Ni lento ni perezoso, él le propuso que deje el hotel y
se vayan a vivir juntos.
Continuará...
El Puma
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