NATACHA


 

Pedro venía recibiendo muchos baldazos de agua fría en el último año y medio. No ganaba para sustos y disgustos. Una paternidad reciente a la que no sabía cómo enfrentar, una revelación de muchos años sobre quién había matado a su hermano Daniel. Este último hecho le trajo un sinfín de relaciones rotas. El no hablarse con su madre hasta el día en que ella falleció, la pérdida de Mercedes o, mejor dicho, las pérdidas. La muerte de Lenka, su amor adolescente y último. El sentimiento de alivio, por un lado, y de culpa por el otro, ocupaban su mente y su psiquis. Las respuestas a viejas inquietudes aparecían cuando menos las buscaba. Decidió ir a la fuente. La casa de su madre estaba en venta y vacía, ya había ido y volver era una pérdida de tiempo preciosa. Había que volver a ese lugar, consagrado poco menos como un santuario: la casa abandonada donde vivía Daniel. "¿Estará todavía desocupada?", se preguntaba Pedro. Había pasado mucho tiempo, demasiado. La idea lo asustaba, pero la curiosidad otorgada por su viejo oficio de periodista podía más.

Al día siguiente, enfiló para la ahora vieja casona. Como era de esperarse, los vidrios estaban rotos, de la puerta quedaban algunas de las puntas y estaba todo destrozado. Al entrar, vio como aún estaba el dibujo de cuando retiraron el cadáver de Daniel y una mancha de sangre al lado. No quedaban muchas cosas, pero sí había algunas fotos con portarretratos y otras sueltas. Pedro comenzó a observar. Encontró primero una en la que estaban su madre, Daniel y él, de las pocas que había de ellos juntos. "Ese fue el día en que Daniel se recibió", pensó. "Si supieran los profes y los directivos que los últimos exámenes se los hice yo", continuó. Continuó observando. Encontró otra, del momento en que se casó con Mercedes. "Se puso el velo más largo para taparse el moretón que le dejó este hijo de puta en la espalda", murmuró. Recordaba aún la paliza que le dio su hermano a su cuñada días antes de casarse tras una escena de celos. Continuó y pudo ver la de una mujer, morocha, completamente desnuda. "Encima de que se la cogía y la fajaba, le sacaba fotos estando desnuda el depravado este", rugió indignado antes de escuchar un ruido. Se asustó. Una brisa que se convirtió en un viento fuerte, se hizo presente e hizo volar una de las fotos. Quién sabe por qué, Pedro observó ese hecho y corrió detrás de esa foto. No la alcanzaba. En el interín, escuchaba la voz de Daniel. Una voz entre furiosa y triste, con un tono entrecortado, más parecido a un aullido que a una oración coherente. "¡Aaaaaaaaaaaaah!", se oía tras el viento. La foto aterrizó en el piso dada vuelta. Al acercarse, nuevamente una ráfaga la volvió a levantar y llevársela, escuchándose otro grito: "¡Oooooooooooooooooooooh!" Pedro empezó a obsesionarse. Se retrotrajo a la época en que eran chicos y su hermano mayor lo hacía sufrir, sacándole las cosas y haciendo que lo persiguiera, con clara desventaja. Sentía la presencia de Daniel en el lugar, en forma de un fantasma o un espíritu. Estaba empecinado en no perder, esta vez, ante esa perversidad que siempre sufrió. Mientras, seguía encontrándose con más fotos. Apareció una en la que estaban él, Daniel y Mercedes, esta última con unas gafas de sol enormes. "Mirá el tamaño de anteojos que tuvo que usar para taparse los ojos en compota, ¡qué tipo hijo de puta!" La indignación crecía e iba más lejos. Recordaba a su madre y la predilección que tenía por su hermano. "¿Cómo pudiste ser tan ciega, vieja?"

Mientras seguía maldiciendo a su familia, se encontró de pronto con esa foto pasando delante de sus ojos. Se aprestó a agarrarla y cuando tomó la punta, una ráfaga volvió a moverla. La maldita foto se partió al medio. Volvió a largar un insulto antes de ver el pedazo de imagen que tenía. Allí pudo ver el rostro de una hermosa mujer rubia, con ojos claros y piel blanca, como de porcelana. "¡Natacha!", gritó antes de seguir mirando. Se veía la cara angelical de esa chica con los hombros desnudos. Otro mal pensamiento que agrandaba su indignación rodaba por su cabeza, pero para confirmarlo, debía encontrar la otra mitad. Se guardó la parte rescatada en el bolsillo y percibió que la otra mitad estaba en el piso, justo en el lugar donde fue encontrado el cadáver. Dio pasos sigilosos y silenciosos para acercarse. Para asegurarse de que no se le iba a escapar, se tiró cual arquero para asegurar una pelota lenta. Tomó esa mitad y festejó. Mientras escuchaba aullidos de lamentos y ya más parecidos a un llanto desconsolado. Dio vuelta la foto y encontró a un bebé que estaba tomando el pecho de Natacha. Notó que había algo escrito detrás y observó. "Daniela", rezaba allí casi borrado por el paso del tiempo. En ese día tan alocado y muy revelador, descubrió el secreto mejor guardado de su hermano. Natacha había sido su gran amor, pero de buenas a primeras había desaparecido. A pesar de que Daniel tenía una mente retorcida y perversa, esa rubia de la foto era su gran debilidad. Un nuevo aullido largo y sostenido se hizo presente, con un fuerte vendaval. Luego, un silencio como no se presenció en toda la tarde. Salió el sol y la luz entraba a la casa. El fantasma de Daniel se había ido para siempre.


El Puma

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