MAHATMA


 

Estaba viendo la película de Gandhi por enésima vez. No se cansaba de ver al líder indio enfrentar desarmado y vestido en forma sencilla a los estirados y potentes líderes británicos, diciéndoles sin ponerse colorado que van a tener que abandonar la India. Se emocionaba al ver como una multitud seguía a ese abogado que dejó posesiones, comodidad y posición para ponerse al servicio del ciudadano común. Siempre terminaba con la misma sensación: "¿cómo no previó que lo podrían matar? Si yo hubiese estado en su lugar, hubiera tomado más recaudos", se decía.

Esa noche, Laureano se fue a dormir con esa inquietud. Apoyó la cabeza sobre la almohada y tardó mucho en conciliar el sueño. En medio de la noche, se levantó con la garganta muy seca. La pizza con jamón crudo y rúcula que cenó estaba dejando sus secuelas. Al pararse, sintió un dolor fuerte en la espalda y sus movimientos se habían vuelto más lentos que de costumbre. Miró su mano derecha y notó que estaba arrugada y desgastada, como si fuera la mano de una persona entrada en años que trabajó en el campo durante toda su vida. Corrió como pudo al baño y se miró al espejo. No creía en lo que veía. Cerró los ojos y sacudió su cabeza antes de volver a mirar allí. Estaba pelado, flaco, algo fibroso y con un bigote gris. Y encima tenía una túnica blanca que le cubría medio torso hasta las rodillas.

Salió de allí y se encontró con una multitud que lo vivaba. "Esto es una joda", pensó. Miraba para todos lados a ver si encontraba alguna cámara o algún conductor de esos shows que detestaba escondido por ahí. Cerró los ojos y se embelesaba con la ovación de esa turba que se encontraba allí. Recordó su inquietud y se decía que iba a reparar esa injusticia que la historia le tenía preparado. Tenía una ventaja, sabía quién intentaría asesinarlo y solo debería predecir los movimientos de este. Ni siquiera debía hacerlo, ya había leído y visto documentales y la película sobre la biografía de su referente histórico como para adelantarse al enemigo. Iba a pedir a sus fieles que lo ayudaran para evitarlo, pero se dio cuenta de que eso jamás hubiera sido creíble saliendo de la boca del gran Mahatma. Había que actuar por su cuenta. Mientras tanto, hablaba con sus seguidores sobre la gran unidad de la India, de hermanarse entre hindúes y musulmanes para poder construir esa gran nación soñada. Se acercaba a la multitud que se abría a cada paso que él daba. "Long live, Gandhi, dhi", sonaba desde los cuatro costados. Sonreía, pero estaba temeroso. Caminaba despacio, con demasiada cautela. Miraba los rostros que tenía alrededor y quedaba, por momentos, aturdido. De pronto, sin tener tiempo para reaccionar, se cruzó un hombre con una pistola y disparó hasta vaciar el cargador. Mientras todo se apagaba y caía al suelo, recordaba el pasaje de la Biblia en el que Cristo narraba cuál sería su final y como Pedro lo iba a negar tres veces antes de que cantara el gallo. El destino estaba escrito, mismo para el gran Mahatma.

De pronto se despertó sudoroso y sediento. Ya no sentía el dolor de espalda y se levantó de la cama en forma más rápida. Antes de dirigirse a la cocina, miró sus manos.

El Puma

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