LA PREVIA AL FINAL


 El encuentro se iba a producir el jueves, como venía ocurriendo en los últimos dos meses. Félix y Mercedes se hacían una escapada, en pleno horario de siesta para perderse en algún rincón de la ciudad, lejos de los que suelen frecuentar. Él, hombre casado pero mujeriego hasta a su pesar, no pudo evitar caer seducido ante la belleza de ella. Mercedes, casada e infeliz, buscaba consuelo permanentemente en los brazos de otros hombres.

Se conocían del trabajo. Hacía tiempo que se habían caído bien y de una simpatía, pasó a un café en el bar de la esquina de la oficina, luego a quedarse después de hora para tener sexo arriba de un escritorio, en el estacionamiento del quinto subsuelo y finalmente a tener encuentros clandestinos, con las distintas excusas en su casa. Desde reuniones largas, a hacer trámites en lugares lejanos y tantos otros cuentos que se les ocurren a las parejas infieles.

Días antes, coincidieron en un viaje de negocios en Montevideo. Quienes los veían desde afuera, apostaban a que se trataba de una pareja. Caminaban por la rambla montevideana y por el centro tomados de la mano, dormían en la misma habitación y, si bien tenían relaciones, parecían un matrimonio de varios años. A Félix le encantaban esos encuentros y a la química que había entre ellos, pero recordaba esos días en Uruguay y se asustó. Temía que Mercedes le pidiera abandonar a su mujer, cosa que no se le cruzaba por la cabeza, y que se fuera con ella. ¿Cómo hacer para enfriar las cosas?

Mercedes, por su parte, temía que Félix se enamorara de ella. Si bien su matrimonio pasaba por un mal momento, no quería pasar por el hecho de pensar en cambiar de pareja. Pensó muchas veces en dejar a su marido, que pasaba por un muy mal momento desde hacía tiempo. Perdió su trabajo y no encontraba otro, resignándose a quedarse todo el día en la casa, sentado en el sofá, viendo tele, comiendo y dejando que los días pasen. Mercedes no quería quedar ante la sociedad como la hija de puta que abandonaba el hogar cuando su cónyuge estaba mal. Por otro lado, tenía muchas razones para hacerlo, cada vez más. Sufría los malos tratos, las indiferencias y las humillaciones permanentes por parte de Daniel.

El jueves llegó. Félix estuvo todo el día encerrado en su oficina y le ordenó a su secretaria que no le pasara llamadas, ni dejara entrar a nadie a su despacho. Mercedes llegó tarde y, extrañamente, muy cubierta. Tenía un pañuelo que le cubría la cabeza y lentes oscuros. Casi no se dejó ver y se internó en su oficina sin salir en ningún momento. Se acercaba la hora de salida y Félix tomó la iniciativa y le envió un mensaje. "Hola Mecha, no te enojes pero no me siento muy bien. Me voy a casa a tomarme un té con miel y a meterme en la cama. Creo que tengo fiebre. Beso".

Al recibirlo, ella sintió alivio y le respondió: "Hola Felu. Gracias por avisarme, yo tampoco me siento muy bien. Lo dejamos para otro día, ¿te parece? Beso".

Félix sintió que se había sacado un enorme peso de encima. Ya más relajado, salió del edificio y se dirigió a su auto. De pronto, sonó su teléfono. "Hola... ¿pero cómo te va, preciosa?... Bien, muy bien... ¿Tenés ganas de ir a tomar un café?... Dale, yo estoy saliendo de la oficina, nos vemos en aquel bar en Palermo en media hora, ¿te parece?... Nos vemos ahí. Besos". Se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja y se subió al auto.

Mercedes, por su parte, salió del edificio igualmente cubierta y casi sin dejarse ver. Al cruzar la puerta, escuchó que alguien la llamaba. Se dio vuelta y percibió a Pedro, su cuñado. "Necesitamos hablar, comenzó, necesito hablarte". Ella bajaba la mirada y no respondía. "¿Qué te pasó en la cara?", insistió él. La tomó de la mano y se la llevó con él. Mercedes sintió un cosquilleo fuerte en la panza y no dudó en seguirlo.

El Puma

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