EL LABERINTO DE ALICIA, CAPÍTULO 10

 


         Blanco estaba a punto de esbozar una sonrisa de oreja a oreja antes de taparse la boca con su mano derecha. Cuando el juez lo apuró para que comenzara, se acercó lentamente al estrado y fue directo al hueso. “Señor Rivera, tengo veinte dedos, ¿cuál quiere que me chupe?

-         Objeción, señoría…

-         Retiro el comentario y la pregunta. Señor Rivera, la señorita Andrea Tellucci en su testimonio nos dijo que lo vio a usted el día en que falleció su esposa. Sin embargo, no supo decirnos si fue antes o después. ¿Usted puede aclararnos esa duda?

-         Andrea vino a casa temprano.

-         Mientras su esposa salió y usted se quedó sólo desayunando, ¿es eso correcto?

-         Sí, señor.

-         ¿Tuvo usted relaciones con la señorita Tellucci en ese instante?

-         Bueno…

-         Hablando en la jerga, ¿diría que tuvieron un ´rapidito´?

-         Lo dijo usted.

-         Solo pretendo darle una mano. ¿Fue así como le pregunté?

-         Sí, señor.

-         Entonces sigamos con la reconstrucción, ahora que agregó la parte que faltaba, ¿la señorita Tellucci se quedó o se fue?

-         Yo la acompañé hasta la puerta de casa y vi cómo se iba.

-         ¿Usted piensa que ella podría haber vuelto?

-         No lo sé.

-         Y allí usted salió de su casa, ¿es correcto?

-         Sí, señor.

-         Y desde que salió hasta que regresó y encontró a su esposa muerta, ¿cuánto tiempo pasó?

-         Una hora… una hora y media, tal vez.

-         ¿Qué hacía la señorita Nieves en su casa?

-         No lo sé.

-         ¿No lo sabe? ¿No será que usted la llamó y le dijo que fuera allí?

-         No señor.

-         Señor Rivera, ¿sabe lo que puede sucederle si miente bajo juramento?

-         Sí, señor.

-         Entonces empecemos de nuevo. Aquí tengo – sacaba una hoja de su portafolios mientras hablaba – el registro de llamadas al teléfono celular de Alicia Nieves en donde figura un llamado de menos de dos minutos que usted le hizo aproximadamente a la hora en que estaba solo desayunando. ¿Quiere aclarar esa llamada?

-         Se me habrá disparado.

-         ¿Por dos minutos? Le recuerdo que está bajo juramento. ¿Quiere aclarar esa llamada?

-         Bueno…

-         ¿Tengo que pedir una escucha a su señoría para que se aclare?

-        

-         Bueno, si es así…

-         No, no hace falta.

-         Bien, entonces espero su aclaración.

-         Bueno, llamé a la señorita Nieves porque deseaba verla, fue un momento de debilidad.

-         Y entonces la citó en su departamento.

-         Sí señor.

-         ¿Y por qué no estaba usted cuando ella llegó?

-         Porque salí unos minutos.

-         ¿Para hacer qué?

-         Para comprar algo en el kiosco.

-         Pero usted le dijo al fiscal que fue a la oficina.

-         Bueno…

-         Que conste que el testigo está cambiando su declaración. ¿Por qué dijo que fue a la oficina?

-         Bueno, salí para el kiosco y recibí un llamado para ir a la oficina.

-         La historia está cambiando y no me queda muy clara. Que fue a la oficina, que al kiosco, que iba ir al kiosco y lo llamaron de la oficina. Veamos adónde nos lleva todo esto.

-         Señoría, protesto – intervino Elvira – mi colega está convirtiendo esto en un circo.

-         No ha lugar. Continúe doctor Blanco.

-         Gracias señoría. Bueno, ¿cuánto tiempo estuvo fuera?

-         Una hora… una hora y media… más o menos.

-         Una hora, una hora y media para el kiosco y buscar algo en la oficina. Después se entera por un llamado telefónico que su esposa fue asesinada y allí encuentra a la persona a la que usted mismo llamó. Cada vez tiene menos sentido su historia.

-         Objeción…

-         Retiro el comentario. ¿Por qué llamó usted a la señorita Nieves y después la acusó?

-         Ya le dije, la llamé por un momento de debilidad y… después la vi frente al cadáver de mi mujer.

-         ¿Momento de debilidad? ¿Para qué deseaba verla?

-         Bueno…

-         Deseaba rememorar los ‘buenos tiempos’, ¿no es así?

-         Digamos que sí.

-         ¿Cómo digamos que sí?

-         Bueno… en realidad…

-         Deseaba tener relaciones con ella. No conforme con haber tenido relaciones con la señorita Tellucci minutos antes, deseó tenerlas con la señorita Nieves.

-         No es tan así.

-         ¿Entonces cómo es?

-        

-         Le recuerdo, señor Rivera, que está bajo juramento. Explíquenos cómo es, por favor.

-         Bueno… en realidad…

-         ¿En realidad?

-         Yo…

-         Señoría – protestó el fiscal - ¿acaso vamos a estar así todo el día?

-         Eso mismo pienso doctor Elvira, por eso le solicito, señor Rivera, que responda más rápido, por favor.

-         Pero señoría – insistió Elvira – no es eso lo que quise decir.

-         Si va a objetar esto, ya se lo deniego. Continúe doctor Blanco.

-         Gracias señoría. Señor Rivera, ¿puede responder lo que es en realidad?

-         En realidad es que yo… amo a Alicia – se empezaron a escuchar murmullos y luego barullo –.

-         No más preguntas, señoría.”

Continuará...

El Puma

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