M3R, CAPÍTULO 6
Afuera
llovía. Las sábanas estaban tiradas en piso y el cubrecama estaba revuelto.
Mónica y Raben estaban ambos desnudos, empapados y abrazados, durmiendo
profundamente. Un trueno los despertó, sin sobresaltarse, se miraron y
sonrieron. “La magia está intacta”, comenzó Raben.
“Seguís
haciéndolo muy bien”.
“Vos
también, no te quites mérito”.
“Linda
manera de reencontrarnos. Pareciera que no pasó ni un día”.
“Hubiese
estado bueno un encuentro los cuatro. ¿Te acordás de la última vez?”
“Creeme que
lo tengo siempre presente”.
“La próxima
vez, la podemos sumar a Martina”.
Mónica quedó
en silencio y, mientras los dedos de su mano derecha acariciaban el brazo de
Raben, bajó unos segundos la cabeza y retomó: “Ojalá se pudiera”.
“¿En qué
anda Martina?”
“Se ve que
tampoco supiste nada”.
“¿Qué pasó?”
“Martina
desapareció del mapa. Imaginamos lo que pudo pasarle, pero no tenemos
certezas”.
“¿Cómo que
desapareció?”
“Se metió
con las personas equivocadas”.
“¿Con
quiénes?”
“Gente muy
pesada”.
“¿Pero no se
supo más nada de un día para el otro?”
“Yo hablé
con ella muy seguido antes de que desapareciera. Se metió en un quilombo
enorme”.
“¿Pero qué
fue lo que hizo?”
“Fue la
amante de un tipo muy pesado… y de su esposa”.
“Martina
también era…”
“No te lo
tengo que explicar, Raben. A Martina cualquier colectivo la dejaba bien. O no
te acordás cuando…”
“Ya me
acordé. Tenés razón. Por ahí debe andar escondida en algún lado”.
“No seas
ingenuo, Raben. La desaparecieron. Conociéndola a Martina, se les debe haber
parado de mano y los quiso extorsionar. El tipo es un mafioso. Tiene contactos
con gente muy pesada”.
“¿Y vos cómo
lo sabés?”
“Es el
círculo en el que se mueve mi marido. De hecho mi marido lo conoce. Seguro que
sabe, pero no le quiero ni preguntar”.
“Vos no te
quedaste atrás tampoco”.
“Son dos
cosas distintas. Lo mío fue ‘convencional’, Martina era clandestina”.
“¿Cuándo la
viste por última vez?”
“Estuvimos
juntas en Buenos Aires unos días antes de que desapareciera”.
Raben no
quiso seguir preguntando. Las respuestas que le daba Mónica lo asustaban cada
vez más. Ya se había imaginado todo con lujo de detalles. El silencio se adueñó
del lugar, pero ambos se mantenían abrazados y acurrucados. "¿A qué hora
tenés vuelo?", retomó él.
"A las
cuatro de la tarde”.
“Bueno,
tenemos bastante tiempo”.
Ambos
sonrieron, se besaron por un rato largo y continuaron con lo que habían hecho
antes de dormirse.
El Puma
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