M3R, CAPÍTULO 4


 

            Mónica se encontraba en su casa aburrida. No tenía nada para hacer. Ir de compras le estaba resultando monótono en el último tiempo. Miraba todo el tiempo la pantalla de su celular, mirando redes sociales, fotos y chusmeando un poco las vidas ajenas. Se encontraba bastante sola, puesto que sus hijos estaban durante todo el día con niñeras y su marido se la pasaba de viaje en viaje y de negocio en negocio. La mansión le resultaba demasiado grande. Estaba aburguesada. Solo salía para los eventos importantes, como grandes fiestas y galas. Con su nueva elegancia, había sido tapa de varias revistas. Siempre fue atractiva, aunque con su vida de casada, pasó a ser una señora de la alta sociedad. Eso le gustaba, sin embargo cada vez tenía más tiempo libre y allí es donde añoraba las aventuras de su juventud, cuando no tenía compromiso con nada y con nadie.

            Estaba tirada en su cama, con una remera blanca, sin pantalón y sin maquillaje. A cara lavada, seguía siendo una mujer muy atractiva. Se mantenía en forma con una rutina cada vez más estricta de gimnasia, yoga o pilates. Mientras miraba el techo de su habitación, escuchó el sonido de su teléfono enviándole una notificación. Si bien había dejado de prestarle atención en la última hora, decidió agarrarlo para ver de qué se trataba. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que en sus redes Ruben Giménez Sosa le envió una solicitud de amistad. “¡Cuánto tiempo sin saber de vos!”, pensó. Aceptó el pedido y en la brevedad, vio el primer mensaje de Raben. Ella sonreía muy complacida y feliz de tener señales de su amigo de la adolescencia y parte de la universidad. Finalmente, ella tomó el toro por las astas y le hizo una videollamada. “¡Qué linda que estás, Moni!”, exclamó él ni bien la vio. “Vos estás igual”, le respondió ella. Conversaron un rato recordando viejas épocas por unos minutos, hasta que él solicitó encontrarse. Mónica no solamente conocía demasiado bien a Raben, sino que también había seguido todo su historial. No lo veía desde hacía tiempo, pero sabía que el leopardo jamás pierde sus manchas. Por un lado, deseaba encontrarlo y por otro, suponía adonde iban a llegar y no estaba dispuesta a hacerlo. Sin embargo, sabía que él tenía un alto poder de convencimiento. Finalmente decidieron encontrarse en Buenos Aires el fin de semana siguiente.


Continuará...

El Puma

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