COMISARIO DOMINGO TONNERELLI, CAPÍTULO 2 (FINAL)


 

“Comisario Tonnerelli, ¿está seguro de lo que dice?” continuó Polansescu.

“Sí señor”, respondió Domingo. El fiscal buscó un papel dentro de su carpeta, hasta que lo sacó y lo acercó al estrado. Se lo mostró al policía y retomó. “¿Esta es la prueba que usted aportó?”

“Sí señor”, volvió a responder Domingo.

“Señoría, el documento que acabo de mostrar al comisario Tonnerelli y que me acaba de confirmar, es una transferencia bancaria de Horacio Gargamella a una cuenta conjunta de Mariana Gabbanelli y Martín Gabbanelli, pocos días después del asesinato del juez San Jorge. Quiero también adjuntar una foto tomada días antes entre Martín Gabbanelli, Horacio Gargamella y Daniel Sphincter en una confitería muy cercana a la sucursal del banco desde donde se realizó la operación económica” – Collina observaba la evidencia y pidió que esa documentación constara en actas – “No más preguntas su Señoría”.

Gabbanelli volvió a mirar a su letrado, el juez le había solicitado hacer el interrogatorio, pero Blanco no se movía ni expresaba emoción alguna. “Doctor Blanco”, insistió Collina. El abogado se levantó en cámara lenta, miró hacia adelante y apenas pudo esbozar: “No tengo preguntas, su señoría”. El juez dispuso un cuarto intermedio para el día siguiente.

Cuando se reanudó el juicio, Blanco no se presentó. Se excusó alegando un estado gripal agudo. En su lugar envió a un colega de su estudio, un joven con poca experiencia quien al ingresar al juzgado, sacó a Gabbanelli de sus casillas. “Este cagón no vino y me mandó a este pendejo imberbe”, murmuró para sí mismo. Se solicitó un careo entre Tonnerelli y Gabbanelli. Ambos se sentaron frente a frente. Domingo estaba tranquilo, Martin aparentaba serenidad, pero no miraba ni al juez ni a su oponente a los ojos. Tras comenzar con la acusación de Domingo que constaba de asegurar que Martin era un policía corrupto bancado por un diputado de la nación y sobornado por el dueño de un medio televisivo para que no haya esclarecimiento de un crimen cometido a un productor. Martin aseguraba no saber de lo que su colega le hablaba y sonreía sarcásticamente. Domingo no perdía los estribos y continuaba con el ataque, asegurando que habían desaparecido pruebas muy importantes que involucraban no solamente a las personas mencionadas, sino a varias muy importantes. Martín seguía con la misma cara. Cuando finalmente Domingo expuso su caso, recién ahí comenzó a reaccionar. “Decime una cosa, Mingo, ¿todo eso lo maquinabas mientras te cogías a mi novia?”

“Comisario Gabbanelli – alzó la voz el juez – estamos en un tribunal. Le solicito que use otro vocabulario”.

Lejos de calmar a Martín, lo exacerbó. “¡Hijo de mil putas, falso, hipócrita! La jugabas de amigo y me sacaste a mi novia”.

“¡Orden!” gritaba Collina, pero Martin estaba completamente fuera de sí. “Seguridad, llévenselo – continuó – y enciérrenlo hasta la lectura de la sentencia”.

Mientras llegaban refuerzos para sacar a Martin de allí, los improperios que lanzaba eran cada vez mayores e irreproducibles, además de dirigirlos ya no solo a Domingo, sino también al juez, al fiscal, al pobre aprendiz de abogado al que Blanco mandó a la hoguera y a cuanta persona se le cruzara. A su vez lanzaba amenazas clásicas. “¡No saben con quién se metieron! ¡Todos ustedes me la van a pagar!” gritaba en forma desaforada.

El veredicto se leyó a los pocos días. Collina ya lo tenía desde el momento en que terminó el careo. El comisario Gabbanelli fue declarado culpable del asesinato material del Juez Raúl San Jorge. Martin seguía con odio, pero unos cuantos calmantes ingeridos antes de entrar al juzgado lo mantuvieron quieto. Solo atinó a girar la cabeza hacia Domingo mientras se lo llevaban. Lo miró fijo, dejó un ojo abierto y el otro a medio cerrar, para luego esbozarle una media sonrisa sarcástica. Una vez que salió de la sala, todos iban retirándose. Al tomar la carpeta con el expediente y las pruebas, Polansescu vio a Domingo sentado sólo. Se le acercó y al preguntarle qué le pasaba, recibió esta respuesta: “No confío en la Justicia. Sphincter lo va a sacar y vamos a tener que cuidarnos todos, porque este canalla nos va a venir a buscar”. El fiscal quiso convencerlo, pero desistió antes de comenzar el intento. Sabía perfectamente que Domingo tenía razón.

 El Puma

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