FRONHA: GUADALUPE, CAPÍTULO 2


 

         En la jefatura, le tomaron todos los datos. El comisario Michel Schwarkopfz no salía de su asombro. “Si antes reclamaban la extradición, ahora más todavía”, afirmaba mientras leía el expediente. Se acercó a la puerta del cuarto en donde estaba la reciente prisionera, fuertemente custodiada. “En qué estado está”, preguntó al guardia. “Está calmada, señor. Pareciera que no entendió lo que pasó”, le respondió. Después de agradecer, ingresó. “Madame”, comenzó, sin recibir respuestas ni miradas. “Madame”, repitió, pero ella no contestaba. Permanecía inmóvil, sentada, acurrucada, con la cabeza en el medio de sus rodillas y tomándose de la punta de sus piernas. El comisario insistía, la prisionera ni se movía, ni hablaba. A los 10 minutos, desistió y abandonó el lugar.

         Al regresar a su oficina, le comunicaron que había llamado el presidente de la nación para interesarse en el caso. A las pocas horas, por más discreción que se haya querido tener, todos los medios del mundo habían levantado noticias al respecto. Schwarkopfz no deseaba tener a la prensa cerca. En pocas horas, se pidió la extradición. El comisario la desaconsejaba por el estado de salud de la anciana, pero las presiones eran muy fuertes y debió ceder. A la semana, ya se efectuó.

         Fue llevada al aeropuerto de Ginebra casi de incógnito, dopada, al borde de la inconsciencia y con una fuerte custodia. Entraron por una puerta trasera para evitar a los medios y la subieron a un avión privado. El vuelo era largo y con algunas escalas. Pocos minutos después de despegar, se acurrucó en su asiento y se durmió profundamente.

         El avión debía llegar a un aeródromo mantenido bajo total reserva. Sin embargo, la información se filtró. Una multitud enfurecida esperaba en el lugar. Las fuerzas de seguridad luchaban a brazo partido para intentar mantener el orden. La furia y el odio de esa enorme masa, asustó a los pasajeros y pilotos. No podía llegar, había que despejar la pista. Daba vueltas, pero la gente no estaba dispuesta a moverse de ahí y se tornaba más agresiva, a tal punto que comenzaron a tirar piedras. Hubo que desviarse e ir a otra pista más cercana. Al llegar ahí, un helicóptero los esperaba. Bajaron lo más rápido posible para hacer el cambio de transporte. Evitaron a la multitud con éxito. El destino final, era la prisión municipal. Quedó detenida, en una celda de máxima seguridad. En las plazas más importantes del país, se festejaba esta encarcelación como si se hubiese obtenido el título mundial de fútbol. “Sin olvido ni perdón, Guadalupe al paredón”, rezaba el pasacalles más grande ubicado frente a la penitenciaría.

         Fue interrogada por la policía, pero estaba ida. No contestaba, tan solo miraba hacia abajo y balbuceaba palabras sin sentido, tarareando melodías. Se le realizó una pericia psiquiátrica. El primer perito que la vio, fue terminante: “no está apta mentalmente para enfrentar un juicio”. Se buscó una segunda opinión, el resultado fue el mismo. Se la siguió examinando, pasaban profesionales de todo el país confirmando el primer diagnóstico. Hasta que uno dio una opinión diferente y se la llevó a un juicio oral y público.

Continuará...

El Puma

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