FRONHA: GUADALUPE, CAPÍTULO 1


 

         El otoño traía fuertes y largos temporales en Ginebra, en especial por las noches, que se hacían interminables, con lluvias, truenos y relámpagos. En una vieja casona en las afueras de la ciudad y muy cerca del lago, con puertas y ventanas cerradas, el viento comenzaba a mover las persianas una y otra vez. El lugar parecía despoblado y abandonado. El interior era totalmente oscuro, solo aparecía luz cuando tronaba. En simultáneo, se oían gritos de terror y desesperación. “¡Justine!” retumbó. A los pocos segundos, el reclamo se repetía: “¡Justine!”

         De una de las habitaciones, salió una mujer de mediana edad y en pijama. Cruzó el pasillo aledaño y encontró la puerta del fondo cerrada. Golpeó y preguntó, “¿Madame?” Del otro lado, luego de unos segundos de silencio, sólo había gritos. “¿Madame?”, insistió. “¡Fuera!”, exclamó, “no voy a permitir que me entreguen”, continuó. “Madame, ¿le pasa algo?”, retomó.

-         Todos traidores, aduladores y lacayos inmundos. Nunca me van a poder hacer juicio. Muerta me van a llevar de vuelta a Fronha.

-         Madame, voy a entrar.

-         El que entra a este cuarto, no sale vivo.

-         Madame, tome su medicación.

-         Nadie me dice lo que tengo que hacer. Soy la presidenta, yo doy las órdenes.

-         Tranquila, voy a llamar a un hospital.

-         Ah, ja, ja, ja, ja, ja, ¿Pensaste que soy estúpida? Ya tomé recaudos, corté la línea telefónica. ¿Acaso pensaron que podrían llamar a la policía? En cuanto el escuadrón lo sepa, acabará con todos.

-         Madame, déjeme entrar.

-         ¡No!

-         Voy a entrar.

-         Ni lo sueñes.

-         Entro”.

Cruzó la puerta y antes de dar el segundo paso, le dispararon dos veces en el pecho. “Ahora sí, voy a hacer lo que yo quiera, nadie me va a decir qué hacer, para eso fui electa. Basta de doble comando. El poder es mío y solamente mío”, gritaba pocos segundos de que se desmayara abrazada al arma.

A la mañana siguiente, despertó y pegó un alarido de horror. “¡No! Justine, ¿qué te hicieron”, bramaba mientras arrojaba espantada la escopeta y se movía de un lado a otro. La desesperación crecía y se agigantó al percibir que llegaba la policía. Los uniformados irrumpieron en la casa, observaron la escena y se la llevaron a la comisaría.

Continuará...

El Puma

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