El día era lluvioso, la concurrencia igualmente masiva. Toto tenía su palco techado, acompañado de Lorraine, de su principal consejero Pawel Pumowsky y su esposa Sasha. Mientras traían a Lord Bastian, Pumowsky susurraba algo al oído del rey, quien asentía. El prisionero llegaba a la cima del monte y se le dio la orden de comenzar sus súplicas. Permaneció en silencio unos segundos. Miraba a todas partes, buscando alguna mirada cómplice o compasiva. Finalmente, se detuvo y miró fijo hacia el palco. Toto, quien movía sus manos en forma nerviosa, le espetó: “¿nos va a tener todo el día aquí, Lord Bastian? ¿Acaso pretende que a la población le venga una pulmonía?
- No, no… su… Majestad.
- Por el amor de Dios, nos iremos pasado mañana y tendré que lidiar con una población enferma. No tenemos todo el día, Lord Bastian. Si no comienza en breve, irá directamente a las pirañas.
- Está bien… su… Majestad. Quiero… ofrecer… mis más… sinceras disculpas.
- Así, nada más. No está poniendo demasiado empeño. Me estoy aburriendo.
- Quiero que… sepa… lo arrepentido… que estoy. No… lo… volveré a hacer… - Toto hizo una seña a los guardias con la cabeza – No, por favor. Su graciosísima Alteza, su gran Majestad. Cometí un error, pero fue involuntario. El demonio se apoderó de mí, logró tentarme y me dejé llevar. Primero se apoderó de la pobre ánima de Lord Nelson y luego de mí. Si usted tiene piedad de mí, le juro que me colocaré un cilicio y me flagelaré hasta que mi espalda esté en carne viva.
- Vaya, vaya – se paró de su trono sonriente – logré desenmascararle su falsa tartamudez. Mi fallo será... – mostró su puño cerrado y, con algo de suspenso, movió su pulgar hacia abajo –.
- No, mi señor. Piedad. No se deje poseer por el diablo usted también – los guardias lo iban arrastrando como podían, hasta lograr llevarlo al borde del precipicio y empujarlo –. Padre, perdónalo, no sabe lo que hace”.
Cayó al agua y Toto, luego de mirar hacia su toldo, dio la orden a todos de marcharse.
Continuará…
El Puma
Comentarios
Publicar un comentario