NANDY Y TITA, CAPÍTULO 4 (FINAL)



           Aún no me explicaba como Nandy había llegado a Madrid, ni tampoco me cerraba la idea de que Mariano la haya abandonado. Después de pensar por un largo rato, tomé el teléfono y lo llamé. Cuando reconoció mi voz, me trató de manera cortante. “Mirá, sólo cumplo con darte una información, le dije.


-        No me interesa lo que tengas que decirme.


-        No me cortes. Es de tu interés.


-        A ver, decime.


-        Es sobre Nandy.


-         ¿Sabés dónde está?


-         Sí. Fue encontrada muerta anoche en Madrid.”


          Hubo un largo silencio en ese instante. No quise seguir hablando, pero debía terminar la conversación. “Hola, Mariano, ¿estás ahí?


-        Sí, sí. ¿Cómo fue que la encontraste?


-         Por casualidad, prendí el noticiero y ahí salió todo.


-        No lo puedo creer. Tengo que tomar el primer vuelo para allá.”


          Le di el número del hotel para que me avisara cuando llegaba. Lo hizo dos días más tarde. Hablé con la gente de la morgue, les previne que el marido de Nandy estaría en España en esos días. Fui a buscar a Mariano a Barajas.


Cuando lo vi llegar, estaba acompañado por una mujer. Primero me asusté, creía estar loco. ¿Era Nandy? No podía ser. O sí. Cuando se acercaron, me tranquilicé. “Soy Tita, hermana de Nandy. Cuando me enteré de que la encontraste, no dudé ni un segundo y vine”, dijo ella. El saludo con Mariano fue un frío apretón de manos. Camino a la morgue, no nos dirigimos la palabra. Al llegar, reconoció el cadáver y me miró con todo el desprecio que podía mostrar. Volvió a mirar a Nandy, comenzó a llorar y me volvió a mirar. Ahora en su mirada brotaba un odio incontrolable. Tita, con llantos, intentó en vano calmarlo. Salió de ahí enfurecido y maldiciendo a los tres. Llevé a Tita a caminar un poco y a tomar un café. Nos pusimos a conversar. Ella me contaba que Nandy, a pesar de tener un espíritu libre – hasta libertino – no dejaba de pensar en mí, que siempre fue a mí a quien amó. “Al poco tiempo que Nandy desapareció, empezamos una relación con Mariano – continuó ella – que fue enfermiza. No recuerdo haber tenido momentos muy felices. Peleábamos mucho. Nos estamos tomando un tiempo. Pero lo tenía que acompañar en ésta. Se trata de mi hermana y sé que es importante para él. No sé qué va a pasar”. Tenía una sensación rara. Por un lado, el lamento por perder a mi amigo de la infancia y por el otro por haberme quedado sin el pan y sin la torta. Pero al poco tiempo sentí alivio. Era una vuelta de página que necesitaba dar. Y en cuanto pasó más tiempo, sentía que la compañía de Tita me agradaba sobremanera. Fue como tener un deja vu, pero era distinto. 


          Mariano estuvo poco tiempo en Madrid, el suficiente para tramitar el traslado del cuerpo de Nandy a Buenos Aires y enterrarla allí. Casi no dialogamos en ese período, ni le pregunté si la había abandonado o no, ni siquiera pregunté por sus hijos. Sólo lo acompañé al aeropuerto y lo despedí, él tampoco parecía interesado en entablar un diálogo conmigo. Esa noche, preparé mi equipaje y, junto a Tita, volví a Barcelona.

El Puma


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