NANDY Y TITA, CAPÍTULO 3
La primera vez que vi a Nandy fue en
casa de Mariano Quintana en Buenos Aires hace más de veinte años. Trabajaba
como empleada doméstica de la familia. Mariano estaba loco por ella y más de
uno estaba atraído por su físico. Ella era muy extrovertida y le gustaba
mostrarse. De nuestro grupo, aparecíamos por sorpresa más de una vez para verla.
No era ningún secreto, todos queríamos tener una oportunidad, incluso Mariano.
Con el pasar de los años, Mariano comenzaba a tener relaciones con ella y no
tardó mucho en enamorarse. Solían pasar algún que otro sábado por la noche en
un hotel alojamiento de Palermo o aprovechaban la ausencia de la familia para
tener sus aventuras.
Una
noche, yo salí a comprar algo al kiosco, ya no recuerdo qué. A los pocos
metros, creí ver a Nandy. Me acerqué y constaté lo que pensaba. La crucé y
comenzamos a caminar juntos. Nos reímos mucho. Sentí una conexión especial,
algo imposible de evitar. Después de unos minutos, en una esquina esperando el
cruce, nos estábamos besando. Terminamos esa noche en un albergue transitorio.
Y varias noches, a escondidas, seguíamos con estos encuentros. A su vez, seguía
siendo la novia secreta de Mariano. Había escuchado a otros en el grupo
jactarse de haber pasado noches con ella. Si bien constaté que varios de esos
comentarios eran falsos, no me sorprendían. Mariano estaba perdiendo la cabeza.
Ya no salía con nosotros los fines de semana, se pasaba todo el tiempo con
ella. No siempre se cuidaban y ocurrió lo inevitable, ella quedó embarazada.
Entre los dos lograron que los Quintana no se enteraran de quien era ese bebé,
Mariano se lo contó a sus amigos y para el bautismo me eligió como padrino.
Unos años después, cuando Mariano consiguió empleo en el diario, se armó de coraje y le contó la verdad a su familia, lo que le valió la salida de su casa. Pasó unos meses conmigo hasta que se consiguió un departamento en plena avenida Libertador. Una vez instalado, se llevó a Nandy y a Marianito con él. Se casaron al poco tiempo. Bastó que se oficializara la unión para que tuvieran más hijos, fueron cinco en total.
Pero su estado civil no la convirtió en mujer de un solo hombre. Si bien yo me había abierto de ella desde hacía tiempo, esa conexión, ese deseo mutuo jamás desapareció. Tratábamos de evitarlo y por un tiempo lo logramos. Pero la tentación estaba ahí. Creo que ambos sabíamos que iba a llegar el momento. Fue algo que se dio de a poco. En cuanto podía me hacía insinuaciones, al estar en la mesa a la hora de la cena me tocaba la rodilla y cuando estábamos solos se me lanzaba sin ningún problema. Yo la esquivaba como podía. De todas maneras yo no era el único amigo – o no – de Mariano con el que se había lanzado, en la redacción eran muy fuertes los rumores de sus relaciones extramatrimoniales.
Un día, fui a la casa de Mariano para dejarle unos artículos. Él no estaba, pero ella sí. Estaba en camisón, con aspecto muy sensual y provocativo. Me hizo pasar y me lanzó una mirada que era una invitación a tener relaciones. Traté de ser frío, pero era imposible. Se me acercó y sentí esas mismas ganas de hacía unos años cerca del kiosco. Nos besamos apasionadamente y comenzamos a tener relaciones en el sofá. En ese momento entró él. Se enfureció de una manera que nunca había visto, ella le hizo creer que fui yo quien la estaba seduciendo. No esperó ni siquiera una réplica de mi parte y me lanzó una trompada que aún me está doliendo. Me dolió mucho más en el alma, aunque me dejó el ojo morado. Sin dudas me lo merecía. Perdí una amistad de toda la vida y, sin embargo, no sentía una culpabilidad completa. No nos hablamos más desde entonces.
En el diario se había creado un mal ambiente, él no podía perdonarme la ofensa y siempre que nos veíamos alguno tenía que separarnos. Ante esa situación, el dueño del diario optó por una salida elegante, mantuvo a Mariano en Buenos Aires y a mí me mandó como corresponsal a España.
Continuará...
El Puma
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