NANDY Y TITA, CAPÍTULO 1



            Aquella tarde de sábado en que llegué a Madrid parecía ser como cualquier otra. Acababa de bajar del tren en Atocha y me dirigía hacia el metro. Compré el boleto para el viaje y al dejar la boletería escuché una voz femenina que decía: “me ayuda con una moneda por favor.” Inmediatamente me detuve, giré mi cabeza para ver de donde venía esa voz. Cuando la encontré, me quedé congelado por un instante. Volví a observar, decidí no detenerme.


          Llegué a la Puerta del Sol y me dirigí hacia el hotel Plaza donde me esperaban algunos colegas. Me entrevisté con ellos unos minutos y me fui a la habitación. Cuando me recosté, la misma pregunta rondaba por la cabeza una y otra vez: “¿Qué hace esta mujer en Madrid?” “¿Me habrá estado buscando?” “¿Dejó todo para estar conmigo?” “¿Por qué estaba tan venida a menos y vestida como una mendiga?” Demasiadas inquietudes y recuerdos que volvían a mí. “No, continué, no puede ser ella. Es alguien que se le parece, pero no es. No puede ser. La voz era algo ronca, pero el acento. Debe ser una idea mía. Esa mujer debe estar tomando el té en el Alvear, y no tirada por las calles de Madrid”. “Ahora, si no es, se parece mucho. Aunque el tiempo no fue bueno con ella”. “No, no es.” “Pero… esa mirada. Ese acento. Ese tono. Muchas coincidencias.” “No seas ridículo, no puede ser que esa pordiosera sea ella”.


Después de varias horas conseguí dormir. Al día siguiente, uno de mis colegas me invitó a ver un partido del Real Madrid, vino a buscarme al hotel y me llevó con su auto al estadio Bernabeu. Bajamos y nos dirigimos a la entrada. Íbamos caminando con algo de prisa, hasta que todas las inquietudes volvieran a mí. “Me ayuda con una moneda, por favor”, escuché de pronto. Giré mi cabeza. No podía ser. Seguí de largo, pero pocos metros después no pude evitar darme vuelta. En ese momento, un hombre de seguridad la tomó del brazo y le dijo: “Anda puta de mierda, lárgate de aquí.” Por un segundo, pensé en intervenir, pero el llamado de mi colega hizo que volviera sobre mis pasos. Miré el partido casi sin prestarle atención, me estaba obsesionando.

Continuará...

El Puma



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