LA DISTRACCIÓN
Hacía 40 minutos que estaba atascado en la General Paz, cerca de Liniers, quieto, escuchando bocinazos, con un dolor de cabeza espantoso y malhumorado a más no poder. El celular sonó 5 veces y todas ellas con la misma persona del otro lado preguntándome por dónde andaba y cuánto tiempo calculaba que iba a demorar. Cada tanto se avanzaba unos pocos metros, a paso de hombre parecía que me iba a quedar a vivir en ese lugar de mierda. Ya hacía rato que tendría que haber llegado. ¿Habré estado pagando mis pecados en vida? Estaba ensayando como iba a llorar la carta en el laburo, cuando de pronto, miré a mi izquierda. Ante la duda de lo que había visto, volví a girar la cabeza hacia allí. ¿Era o no era? Miré otra vez. Definitivamente era.
En ese momento me sentí como el conductor del 404 en la autopista del sur habiendo encontrado a la muchacha del Dauphine. La miré de nuevo y me teletransporté a ese verano hace ya tanto tiempo. Me había ido con varios amigos a la Isla Margarita, un lugar paradisíaco, nunca había visto nada igual. Llegamos al hotel, con la idea de dejar las valijas y perdernos en la playa. Yo me perdí cuando entramos y nos atendió la recepcionista. Era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Hermosa de cara y con un cuerpazo impresionante, apreciable especialmente por lo livianita de ropa como estaba. Esa sonrisa con la que atendía, la embellecía aún más. ¿O era yo que idealizaba? Definitivamente no. Quise acercarme a hablarle, pero si llegué a balbucear fue un milagro. Ella entendió enseguida, pero lejos de burlarse de mí, tuvo muy buena onda. Me sonrojé por un rato, pero me repuse y logré comenzar a hilvanar algunas frases.
Dejamos nuestro equipaje en las habitaciones y fuimos primero a la pileta. Nos metimos al agua y nos dirigimos a la barra que estaba en el centro para atacar distintos tragos. Mientras disfrutábamos ese momento, se me ocurrió mirar la entrada de la pileta y apareció ella en traje de baño acomodándose en una reposera. Dejé a los chicos ahí, con la excusa de que me iba al baño y me acerqué. Ya más desinhibido, me puse a conversar con ella. Ahí averigüé que su nombre era Dominique, que era hija del dueño del hotel y que quería irse a Miami en poco tiempo. Nos quedamos como dos horas charlando y divirtiéndonos ahí, hasta que tuvo que volver a la recepción. Me imaginé que los muchachos ya estaban borrachos después de ese tiempo, y no me equivoqué. Los acompañé a sus habitaciones y quedamos en bajar a cenar a las 9. Nos fuimos para el restaurant a esa hora. Encontramos una mesa bastante grande y nos instalamos ahí. Ordenamos la cena y, obviamente, unos tragos. De pronto, apareció Dominique y pidiendo disculpas por la interrupción, me comunicó que me habían llamado por teléfono y me venía a traer el mensaje en un papel. Agradecí, esperé a que se fuera y abrí la hoja. "Nos vemos en la piscina cubierta a medianoche, te espero". Tragué saliva, traté de disimular lo mejor posible y guardé el papel en el bolsillo. Cuando terminamos de cenar, con el pretexto de que quería dormir, me despedí de todos. Me dirigí a la pileta cubierta, que estaba totalmente desierta y las luces apagadas. Miré para todos lados hasta que escuché "ven a mí". Ahí la vi, en el medio de la pileta solo con la cabeza afuera. Me tiré y fui nadando hacia ella. Al acercarme, frené de golpe porque necesitaba confirmar lo que estaba viendo. Sí, estaba completamente desnuda. "Aquí está tu obsequio, solo tienes que tomarlo", me dijo con una sonrisa cautivadora como seductora. En cuanto llegué comenzamos a besarnos con pasión y locura. Pasamos gran parte de la noche en ese lugar, haciendo el amor una y otra vez. En el agua, en las reposeras, en los vestuarios y hasta en el piso. Era la primera vez que sentía que hacía algo prohibido, pero realmente me importaba muy poco. Estaba teniendo una de las mejores noches de mi vida.
Tuve escapadas como esa todas las noches de esas vacaciones. Creo que si dormí 8 horas acumuladas en toda la semana, fue mucho. Andaba todo el día con antejos de sol, pero era cada vez más difícil tapar mis ojeras. Les decía a los chicos que no había dormido bien, pero no sé si me creyeron.
Y ahora estaba viendo a Dominique en plena General Paz, en este infierno que es Buenos Aires. Volví a escuchar esa voz diciéndome "ven a mí". ¿Se acordaría todavía de mí? Solo había una manera de comprobarlo. Estábamos quietos, entonces empecé a tocar bocina como un desaforado a ver si llamaba su atención. No había caso. Perdido por perdido con la el horario de llegada, decidí seguirla. El tráfico empezó a aflojar y discretamente fue detrás. Tomó la autopista a Ezeiza. Habrá estado pegando la vuelta. Hasta que paró en una estación de servicio. Allí fui. Estacioné y me acerqué a su auto. Golpee su ventanilla y cuando se bajó... me quería matar. No solo no era ella, sino que ni siquiera se le parecía. ¡Soy un boludo! ¡Como pude confundirme a Dominique con ese bagre! Llegaba tarde por demás y encima ni siquiera valía la pena. La General Paz es dañina para la salud mental, de eso no quedan dudas. Si antes de eso estaba alterado, ahora lo estaba por partida triple. Y sobre llovido, mojado, volvía a sonar el teléfono.
El Puma
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