LA DESGRACIA DEL HEREDERO



 Si está limpio o está sucio, ya le da lo mismo. Si está ordenado o desordenado, no importa. Si ya crecen plantas desde el piso, ¿qué diferencia hay? Los días son todos iguales y sufre esa cuenta regresiva con ansiedad y, a su vez, torturándose. Sale de ahí para dar unas vueltas en ese lugar que es una maravilla de la naturaleza, pero es tediosa y rutinaria. Los adornos, los portarretratos, todos los recuerdos están quietos desde hace tanto tiempo, que están tapados por tierra, hojas y plantas que crecieron alrededor. La caja conteniendo la moneda real de Fronha está abierta y sin protección. Total, ¿quién se la va a robar? La ropa no se movió en mucho tiempo. Vestido o desnudo, ningún ser humano pasó por ahí en décadas.

A veces repasaba los pocos libros que le dejaron llevarse, pero quedaron abiertos en la misma página. Entre la humedad y la tierra, ya casi se volvieron ilegibles. Ya no sabía si caminar, sentarse o acostarse, no tenía ganas de nada. Aún le resonaban los ruidos de los cañonazos, de la multitud que gritaba, de la guardia alrededor de su familia y de la cara tenebrosa de aquél general sublevado, que engañó al pueblo e hizo una revolución sangrienta. Se llevaron a sus padres por un lado y los fieles guardias lograron sacarlo por otra puerta y llevarlo escondido al puerto. Ahí consiguieron reunir algo de equipaje, entre ropa, libros y algunos adornos que tomó con él, subirlo a un barco carguero y decirle que se bajara dónde quisiera, pero que se fuera de esa tierra, su tierra. Él juró que volvería y vengaría a su familia.

El viaje fue largo y, sobre todo, duro. Entre las tormentas y el mar picado, se la pasó descompuesto, además de preocupado porque no le llegaban noticias de Fronha. Después de algunas semanas, optó por bajarse en el norte de Brasil, dónde se enteró que el general Grisello Pato tomó el poder, se autoproclamó presidente y envió a ejecutar al rey Ricardo, junto con la reina. Escuchó con atención el discurso de asunción, cargado de una ira casi incontenible. Oía a ese hombre flaco, pelado, casi trompudo, podría decirse un mal émulo de Benito Mussolini.

Tenía miedo, no quiso permanecer en las ciudades, por lo que se internó en la selva. Tuvo que aprender a sobrevivir en un ambiente que lejos estaba de ser el acostumbrado. Ya no tenía sirvientes, sino que debía procurarse su alimento. Armó su casita prolijamente y aún mantenía cierta coquetería, pero con el tiempo eso se fue desvaneciendo poco a poco.

Doménico, el heredero natural al trono de Fronha, se encontraba desnudo y consciente de ello. Desnudo ante la naturaleza, pero no le importaba. Había sorteado la muerte, a veces hubiera deseado morir junto a sus padres. Tenía todos los lujos materiales habidos y por haber, ahora tiene toda la naturaleza a su disposición. Sabe que nadie lo busca, que nadie lo espera y que a nadie le importa si está o no en este mundo. Él espera lo inevitable, pero que sentirá como un alivio y un fin a esa larga pena. Sonríe, y cada vez más para que, por lo menos, ese momento sea un poco más dulce.

El Puma

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