AMOR TARDÍO, CAPÍTULO 1



            Tatiana acababa de levantarse, era tarde. Al levantar la cabeza, percibió que no había nadie y se acostó boca arriba a mirar el techo. Sus ojeras, su pelo batido y su camisón arrugado mostraban una imagen de decadencia. En su mesa de luz había dos copas de whisky, un cenicero lleno de colillas y una nota. Como pudo, tomó el pedazo de papel y, con vista algo nublada, leía. “Suerte y hasta nunca”, alcanzó a mirar al final de la hoja y la dejó caer. Abrió el cajón y tomó un cigarrillo. Sonó el timbre, vistió su bata y fue a abrir. Del otro lado, un cartero entregaba un sobre y solicitaba una firma. El haber recibido dos cartas en un día le llamaba poderosamente la atención. Abrió el sobre y, esta vez algo más despabilada, leyó. “No puede ser”, exclamó. En ese momento terminó de despertarse y se vistió. Comenzó a buscar alguna información en el diario, tomó su automóvil y lo condujo a toda velocidad. Al llegar, permaneció en silencio. Había muchas personas en el lugar, todas con la cabeza gacha y lágrimas en los ojos. Intentó asomarse, pero no la dejaban. Algunos la reconocieron y no la recibieron de la mejor manera. No se inmutó, continuó acercándose hasta que llegó y se quedó inmóvil. Ahí estaba él, boca arriba, las manos juntas y con el cuerpo pálido. Su mirada era la única dirigida hacia el féretro, todos los demás la observaban a ella, algunos sorprendidos, otros con desprecio. 


          A los pocos minutos, Julieta se le acercó y la llevó para afuera. Se abrazaron llorando por ese Hernán al que tan bien conocían. Se dirigieron hacia el cementerio en un clima hostil. “Que caradura, ni siquiera hoy lo deja en paz”, se escuchaba por lo bajo. 

Continuará.. 

El Puma



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