TORE: KATERINA, CAPÍTULO 8
Tore tenía diagnosticado 10 días antes de volver a ver al médico. Katerina lo pasó a buscar a su casa y partieron con rumbo desconocido. Él tenía curiosidad y, si bien aguantó por un rato largo, terminó preguntando. “Será nuestro lugar secreto y así lo conoceremos de ahora en adelante”, respondió ella. Una hora y media más tarde, entraron a Nova Lisboa, cruzaron la ciudad y tomaron un camino de tierra a la salida. El camino se hacía muy angosto y, al final, desembocaba en una casa grande con piscina. Entraron ahí y bajaron del auto. Caminaron hasta la entrada tomados de la mano. “La casa era de mi abuela. Yo siempre vengo aquí para aislarme del mundo. Las semanas previas a períodos de examen, venía a estudiar aquí. Nadie de mi familia volvió aquí desde que mi abuela murió. Ahora, es nuestro lugar”, narró Katerina ante la atenta mirada de Tore. Entraron, se cambiaron y se dieron un baño en la piscina. Jugaban allí como dos niños durante un rato largo. Hasta que comenzaron a besarse apasionadamente. De pronto, aparecieron nubes negras y una tormenta muy fuerte. Fueron corriendo hacia adentro. Ni bien cerraron la puerta, quedaron frente a frente, mirándose fijo. Tore tomó con sus manos los hombros de Katerina y siguieron con los besos largos. Ella, después de varios minutos, tomó su mano y lo condujo al dormitorio. Una vez allí, se desvistieron mutuamente y siguieron en la cama. Él sentía una excitación muy grande. Estaba logrando lo que todo chico de su edad fantasea hacer y contar a sus amigos: liarse con una mujer mayor. Pero esto no podía contárselo a nadie. Le costó olvidar que la mujer con la que estaba haciendo el amor era la hermana de su mejor amigo. Ella, por su parte, se sentía libre. Libre de su familia, de sus prejuicios y de su rutina. Se decía una y otra vez que Mirella tenía razón. Gozaba como nunca lo había hecho y como, suponía, no lo haría con su futuro esposo. Olvidaba las dudas que Mirella le despejaba en todo momento. Cada trueno que sonaba era un prejuicio que ella olvidaba. No podía creer lo que estaba probando. El hombre con el que estaba haciendo el amor era un niño que estaba a punto de cumplir 17 años, mientras que ella estaba por festejar 23 primaveras. Nada de eso importaba, era su momento. Sentía el vigor y la energía de Tore y le estaba costando mucho controlar su pasión y deseo. Al finalizar, ambos estaban empapados de sudor y abrazados. Así se durmieron por varias horas.
Continuará...
El Puma
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