TORE: ARGENTINA, CAPÍTULO 4
La revancha se jugó una
semana después. Tore seguía igual de ansioso. Esperaba ver de nuevo a
Materazzi. Sabía que iba a estar e imaginaba repetir lo hecho en Gigiggi. Algo
más tranquilo por el resultado de la ida, Tore entrenó con mucha intensidad.
Esta vez, Freitas decidió incluirlo en la alineación titular. La mitad de
Fromberg estaba paralizada. Los equipos salían a la cancha. Tore miró el palco
y sonrió, Materazzi estaba ahí. Pero, al igual que a la ida, Katerina no.
En las afueras del
estadio, Eugenio Muratore caminaba de un lado a otro. Agarraba su celular,
llamaba, miraba los mensajes. Hasta que a lo lejos, percibió que la persona que
esperaba, acababa de llegar. “Rodolfo, exclamó, que bueno que viniste. Hoy lo
vas a ver, el pibe es un fenómeno. Si te lo llevás, vas a ver, en tres o cuatro
años, lo vendés a Europa por millones”. Rodolfo trataba de calmarlo y prometió
ir a observar a ese jugador del que tanto le hablaba. Se acomodaron en uno de
los codos.
El partido no fue muy
distinto que a la ida. Santa Mara debía arriesgar, pero no lo hacía demasiado. Defer
se hizo dueño de la pelota y poco a poco fue metiendo a su adversario contra su
arco. Tore, cada vez que tomaba la pelota, generaba peligro. Eugenio, ante cada
intervención del delantero, le recordaba a Rodolfo que era un fenómeno. A los
quince minutos, el mismo Tore puso en ventaja a Defer y, así como lo hizo a la
ida, se dirigió al palco y se dio vuelta mostrando su dorsal. Al lado de
Eugenio y Rodolfo había una persona muy abrigada que pegaba saltos en la
butaca.
Pasaban los minutos y el
dominio de Defer era total. Antes del final del primer tiempo, Tore puso el 2 a
0 con un tiro desde fuera del área. Eugenio sonreía, notaba que Rodolfo estaba
viendo lo mismo que él y se frotaba las manos. A su lado, la persona de la
campera larga seguía festejando y, cada tanto, asomaba su cabeza para escuchar
lo que decían Rodolfo y Eugenio. A los pocos minutos del complemento,
nuevamente Tore aumentó la cifra del triunfo. El estadio coreaba su nombre,
especialmente esa persona que estaba tapada casi en su totalidad por la
campera. Eugenio y Rodolfo se retiraron del estadio una vez que sonó el pitazo
final. “Y, ¿vas a hablar?”, comenzó Eugenio. “Sin dudas, respondió Rodolfo, la
semana que viene vengo con los dirigentes.
Mientras tanto, nadie se
movía para ver como entregaban la copa a Defer. Tore y sus compañeros daban la
vuelta olímpica. Nadie se movía de ahí. Permanecieron luego en la mitad del
campo de juego saludando a su parcialidad. Tore volvió a mirar al palco,
Materazzi ya se había marchado. Minutos después, la persona de la campera larga
salió del estadio y se dirigió a su auto. Se quitó el abrigo, sonrió, beso la
camiseta de Defer que tenía puesta, miró hacia adelante, dijo “felicidades, mi
amor” y arrancó.
Continuará...
El Puma
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