TORE: ARGENTINA, CAPÍTULO 3

 


          El estadio municipal de Gigiggi estaba lleno. Los dos equipos estaban en fila en la entrada al campo de juego, formados en filas y listos para ingresar. Tore miraba permanentemente al palco oficial, pero desde esa posición no lograba ver mucho. Cruzaron el campo de juego y al llegar al banco de los suplentes, Tore percibió la presencia de Materazzi. Sin embargo, no veía a Katerina. Buscaba todo el tiempo, pero no encontraba. Una vez que pasaron los primeros minutos, decidió mirar el partido. Había demasiada tensión y muy poco juego. Ninguno arriesgaba de más y se tomaban muchas precauciones. El primer tiempo finalizó 0 a 0.

          Cuando entraron los equipos para iniciar el complemento, Tore comenzó a hacer movimientos de calentamiento al costado del terreno de juego. A los cinco minutos, Freitas no soportaba más verlo y lo hizo ingresar. Defer parecía ser más ofensivo, pero Santa Mara sabía que, en algún momento, debía ajustar aún más las marcas. Pusieron a uno de sus defensores para que le hiciera marca personal a Tore y lo neutralizaba. Si bien lo lograron por un largo rato, las ganas y la energía de Tore parecían inagotables. Se movía por cualquiera de los dos costados de la cancha, subía y bajaba y su marcador no lo dejaba ni a sol ni a sombra. Pero no tenía la misma vitalidad y empezó a cansarse. En el minuto 40, Tore agarró la pelota por la punta derecha y con un pique de alta velocidad, dejó a su marcador muy atrás. Entró al área y definió cruzado por arriba del arquero. Salió a gritar en forma desaforada. Se dirigió hacia el palco, se dio vuelta y se señaló el número del dorsal con sus dos pulgares.

          No se conformó con eso. Presionó él sólo al conjunto rival y quedó nuevamente mano a mano con el arquero. Le amagó ir para la izquierda y cuando fue para la derecha, el golero quedó tirado en el piso. Volvió a frenar, dejando desairado al defensor que lo seguía y empujó la pelota suave y a ras del piso hacia el arco. Volvió a dirigirse al palco, se quitó su camiseta, la levantó y mostró a todos el número de su dorsal. Eso le valió una tarjeta amarilla. Al salir del estadio, el público local abucheaba a Defer y, en especial, a Tore. Este, al llegar al pasillo para dirigirse al vestuario, se puso la mano en su oreja derecha e inclinaba la cabeza hacia las tribunas.

          Cerca de la puerta del vestuario, una persona misteriosa, que había visto el partido, se alejaba de la zona y tomaba su celular. Llamaba y le respondieron. “Hola, ¿Rodolfo? Habla Eugenio Muratore. Escuchame, venite para Fromberg la semana que viene a ver la final de la liga. Hay un pibe que te puede interesar. Te digo que sí, es un fenómeno. Venite para el sábado que viene y lo ves”, dijo exaltado.

Continuará...

El Puma

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