LA BODA SOÑADA


 

Que suerte tuve, el día no pudo ser más hermoso. El sol brillaba, no había ni una sola nube a la vista, vinieron todos los seres queridos invitados. Estaba en el altar, el agua me llegaba a la cintura. En el lugar había un fuerte murmullo que fue detenido bruscamente por la marcha nupcial. Todas las cabezas giraron y ahí estaba ella, con su hermosa bikini blanca. Realizó un clavado digno de una campeona olímpica y nadando despacio, estilo rana, se acercaba al altar. Mi corazón latía más fuerte cada vez que daba una manada. Estaba más linda que nunca. A pesar del agua, no se le movió el maquillaje.

          Estaba ansioso, ardía en deseos que llegara, diera el sí y poder besarla con pasión. Los últimos metros los hizo a pie, ya no había tanta profundidad. Llegó, tomé su mano y nos arrimamos al altar. El sacerdote, luego de toda la formalidad y de que hayamos consentido al matrimonio, nos dio autorización para besarnos. Nos miramos a los ojos. La amaba más que nunca en ese instante. Sonreímos y acercamos nuestros labios. Cuando éstos estaban por conectarse, se oyó un trueno muy fuerte. El cielo azul se convirtió en negro y se desató una terrible tormenta. Los invitados se dispersaron en busca de refugio. El panorama era más y más oscuro. En el segundo trueno, quedé ciego, no veía nada. Nuestras manos se soltaron y me desesperé.

          Después de unos segundos abrí los ojos. Todos habían desaparecido. Estaba mojado por todos lados y respirando con agitación. Segundos más tarde, cuando tomé algo de aire, miré a mi alrededor, ya no estaba rodeado ni de ella, ni de mis familiares y amigos, sino de sábanas, libros, muebles y posters. Respiré profundamente y, luego de unos minutos, apoyé mi cabeza contra la almohada para volver a dormir.

El Puma

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