FRONHA: LA FUNDACIÓN (FINAL)

 


El capitán fue llevado a la cima de la primera colina atado de manos y pies. Al llegar, debía comenzar su discurso. El esclavo, devenido en primer ministro, le dio las instrucciones y allí arrancó: “Su majestad, su alteza real, su gracia, quiero pedirle perdón a vos por la ofensa que pude cometerle. Fue un momento de desesperación y de estar cegado por la situación. Sé que en su gran y noble corazón habrá un lugar para perdonar a este vil pecador. Por lo que más quiera, deje vivir a éste pobre hombre de mar que ha caído en desgracia. Yo sé que en ese corazón que tiene en su interior, hay voluntad de perdonar, su graciosíma alteza, su gordísima majestad…” Joao miró fijo a su ministro y movió su cabeza para arriba. Los hombres tomaron al capitán con fuerza. “No, piedad, su majestad – retomó – lo serviré hasta el último de mis días. Pídame lo que quiera. Seré su más ferviente siervo, su esclavo, su bufón, lo que usted quiera. Me arrastraré como una serpiente en toda la isla, si fuera necesario. Seré la persona más obsecuente para con vos, su Majestad. Sólo tiene que pedirlo, solo debe ordenarlo y así lo haré. Eso y mucho más. Sé que en ese gordo corazón dentro de ese gordo cuerpo existe bondad y misericordia”. El rey volvió a hacer el mismo gesto. Los hombres lo tomaron y lo llevaron hasta la punta. “Inútil, gordo panzón lleno de grasa inservible, poco hombre, ¿crees que porque estos salvajes te veneran eres intocable? No sé cómo los habrás engañado, pero tu mentira no durará. Yo voy camino a la muerte, pero pronto nos encontraremos en el infierno. Te escondes detrás de ellos porque no te atreves a enfrentarme mano a mano. Te desafío, inmundicia. No me durarías ni dos minutos, la única arma que posees son tus flatulencias. Inservible, bolsa llena de basura, serás engañado por esta gente y terminarás peor que yo, la pagarás cara, – en ese instante lo empujaron al vacío – grandísimo pedazo de mierda”, alcanzó a gritar antes de caer al agua y ser devorado por las pirañas.

En la isla, la vida de los lugareños no tenía mucha acción. Joao casi ni se levantaba de cama. Algunos comenzaban a mirarlo de reojo. El viejo cacique estaba disgustado, pero no se atrevía a ir contra la profecía de sus antepasados. Solo le quedaba resignarse ante la vagancia de Joao. El rey no encontraba otra diversión más que pasar tardes con su suegra, fastidiando al moreno quien traducía esos diálogos tan improductivos como aburridos. Lo que más tenía preocupado a la familia era que no nacía el heredero. Si bien en ese extenso tiempo libre del que el rey disponía y que pasaba muchas noches intentando procrear, no había caso. Lo motivaban los gemidos de su esposa durante el acto y esas frases de las que nunca supo su significado, más que en su imaginación.

Pasaron años. Uno, dos, tres, vaya uno a saber, creo que ni siquiera viene al caso. Hasta que la reina pudo concebir. El día del nacimiento del príncipe, fue de las muy pocas veces que Joao se levantó. Le dieron la noticia y se acercó a la choza donde su esposa y el heredero lo esperaban. Entró con una sonrisa de oreja a oreja que se fue desdibujando a medida que llegaba. “Maldito traidor”, gritó después de ver al niño. Comenzó a correr a su ministro por toda la isla. El moreno, por un lado, estaba asustado, pero por otro disfrutaba de ver como su perseguidor, por más esfuerzos que hiciera, no podía alcanzarlo. Bajaba la velocidad y lo dejaba acercarse. Allí volvía a acelerar para la desesperación del rey, quien se enfurecía más y más, insultando en un idioma desconocido para su pueblo. Los presentes miraban atónitos. Joao daba órdenes en portugués a los gritos, mientras que su pueblo intentaba comprender lo que estaba sucediendo. Se agitaba más y más, pero su bronca era su combustible, su motor. Corrieron por toda la costa, hasta que subieron a la cima de la piedad. La ira crecía, su respiración era cada vez más agitada. Llegando a la cima, y después de pegar su enésimo grito, Joao se desplomó y rodó hasta caer al agua. Las pirañas hicieron el resto. No había estudios científicos avanzados en esa época y mucho menos en Fronha. Pero varios historiadores aseguran que Joao tuvo un infarto. Otros piensan que tropezó y cayó al agua.  

Los lugareños miraban atónitos. El moreno se autoproclamó no como monarca, sino como un líder provisorio hasta que el heredero fuera mayor de edad. No tardó mucho tiempo en casarse con Hokana. Se decretó duelo por tiempo indeterminado, se proclamó a Joao como dios de Fronha.


El Puma

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