SOLO HIZO FALTA UN EURO
"Agarrá los clasificados y buscate otro laburo, estás
despedido", escuchó Esteban esa mañana que estaba terminando, no así sus
problemas. Se había levantado temprano para ir a desayunar con Andrea. Tenían
todo listo para irse unos días a Mar del Plata, a descansar el siguiente fin de
semana largo y en el que él pensaba proponerle irse a vivir juntos. Bajó a
buscar el auto, pero antes de arrancar, sonó su celular. "Tenemos que
hablar", empezó Andrea antes del saludo formal. No lo dejó siquiera
encontrarse personalmente para discutirlo, lo dejó por teléfono y lo citó a su
casa a la tarde para que busque sus cosas. Llegó tarde a la oficina, pero su
jefe ya le tenía preparada la segunda sorpresa del día.
Salió a almorzar, pero se le había cerrado el apetito.
Apenas pudo tragar su comida. Fue a la casa de Andrea. No conseguía estacionar,
así que lo dejó a tres cuadras. Ella ni siquiera lo hizo pasar, ya lo estaba
esperando en la calle con una bolsa. Se la entregó, lo saludó y se fue. Esteban
se contuvo como pudo para no llorar. Tomó sus cosas, volteó y caminó esas tres
cuadras hacia su auto. Al llegar, no lo encontró. Siguió caminando y buscando.
Fue inútil. Si algo le faltaba era que le robaran el auto. Caminó hasta su
casa, y se metió directamente en la cama. No salió por varios días.
Después de dos semanas, en las que solamente se cambiaba de
pijama cada tanto, con una barba pronunciada y desprolija, fue a buscar el
diario. Lo miraban con extrañeza, su aspecto era deprimente. Ojeó el diario,
yendo primero a los clasificados, pero no encontró nada. Resignado, decidió ver
si alguna noticia le interesaba. Después de hojear varias páginas, encontró
algo que le llamó la atención. "Se venden casas por un euro en
Italia", rezaba el título de una de las tantas noticias. Vio el artículo y
luego se sentó frente a la computadora para buscar esas casas. Miraba las
fotos, hasta que una le llamó la atención. Estaba ubicada en Alzano Lombardo,
en las afueras de Bergamo. Habló por teléfono con el propietario y se tomó el
primer vuelo disponible.
El viaje fue eterno. Entre las escalas y el caos en la
salida de Malpensa, más el tráfico insoportable de Milán, Esteban parecía
enloquecerse. Llegó a la estación central y tomó el tren hacia Bergamo. Luego
de una hora, se bajó y empezó a preguntar cómo llegar a Alzano Lombardo. Como
suele pasar cada vez que un turista extranjero recala en Italia, las dos frases
que más escuchó fueron: "sempre diritto" o "non si puo
perdere". Caminó y caminó hasta que vio el cartel de entrada del pueblo.
Dio algunas vueltas más y, finalmente, llegó a destino. Se sintió raro al
conseguir una casa, con una hermosa fachada y antigua, solo con una simple
moneda.
Cuando entró a su nuevo hogar, se quería matar. Todo estaba
roto, destrozado y por reconstruir. Solo tenía dos opciones: vender la casa y
recuperar su moneda para regresar a Buenos Aires, o intentar arreglarla y
probar suerte en Italia.
Un año después, Esteban salía de su casa y se subía a su
auto. Se dirigió a Bergamo, a Citta Alta, donde Giovanna lo esperaba para
desayunar. Ambos se saludaron con un beso y pasaron a la trattoria para pedirse
un cappuccino y una brioche. Él sacó una cajita del bolsillo y se la dio.
"Si", gritó ella y se dieron un largo y sentido beso.
El Puma
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