LA TRAMPA EN LA QUE CAYÓ BOCA
El miércoles 20 de junio de 2007, en Porto Alegre, Boca Juniors conseguía su sexta Copa Libertadores al vencer por 2 a 0 a Gremio, en modo contundente y con una gran actuación de Juan Román Riquelme durante el certamen. A su vez, contaba con un gran equipo, ordenado, combativo y grandes nombres. Mauricio Caranta era el arquero, quien pasaba por el mejor momento de su carrera. Hugo Ibarra seguía haciendo estragos por el lateral derecho, ya con más oficio que estado físico. Daniel "Cata" Díaz y Claudio Morel Rodríguez establecieron una muralla en la zaga central, mientras que Clemente Rodríguez y su gran velocidad iba por el lateral izquierdo. En el mediocampo con Sebastián Battaglia, Ever Banega, Pablo Ledesma, Neri Cardozo y Juan Román Riquelme, estaba el corazón del equipo, tanto para la contención como para la creación. Adelante, Rodrigo Palacio y el implacable Martín Palermo completaban un gran equipo. Esa noche, en Brasil, se cerraba (sin que nadie lo supiera) la era más gloriosa de la historia de Boca, comenzado diez años antes, dónde obtuvo 6 campeonatos locales, 4 Copas Libertadores, 2 Copas Intercontinentales, 2 Copas Sudamericanas y 2 Recopas sudamericanas. Habían acostumbrado tanto al hincha de Boca, desde el rendimiento futbolístico y el relato periodístico, a la vara demasiado alta y a que eso era lo normal. ¿Cuántas veces se escuchó (y aún se escucha) decir "Boca tiene la obligación de ganar la Copa Libertadores"?
Cuándo el "Xeneize" ganaba los títulos internacionales, se jactaba de que obtenía lo que realmente importaba, mientras que su rival de toda la vida ganaba los torneos locales, a los que los boquenses tildaban como "de cabotaje". Pero el entusiasmo y la alegría taparon la realidad. Después de esa última coronación continental, hubo unos años de transición en los que las cosas no salían como se esperaba. Sin embargo, en 2011, Boca volvió a ocupar los primeros planos. Ahí se pensó que todo volvería a la "normalidad". Ese año obtuvo el torneo Apertura, terminando invicto y con un equipo sólido, símil al que tenían en 2007 en funcionamiento, pero con nombres menos rutilantes. Desde ese entonces, el conjunto de la Ribera obtuvo 5 campeonatos locales, 3 Copas Argentina, 1 Supercopa argentina, 1 Copa de la Liga (esa edición se denominó Copa Diego Armando Maradona en homenaje al fallecido astro mundial), llegando a dos finales de Copa Libertadores (2012 y 2018) y siendo protagonista en cuanto torneo disputó. Sin embargo, la tortilla se viró. River empezó a obtener los torneos internacionales, mientras que Boca ganaba los de "cabotaje". El relato periodístico está dividido entre los que quieren mantener a rajatabla el viejo adagio, y los que desean darle el marco meritorio de lo que ganó el "xeneize". En la última década, muchos entrenadores pasaron por ese banco de suplentes, todos con algún título debajo del brazo, pero echados por esa trituradora del relato oficial. Rodolfo Arruabarrena realizó una buena campaña, pero se tuvo que ir porque no le fue bien en el campo internacional. Guillermo Barros Schelotto, ídolo de antaño, se fue por la puerta chica por haber cometido el "pecado mortal" de haber perdido la final de la Copa Libertadores. Gustavo Alfaro, que acaba de clasificar a Ecuador para el próximo Mundial, se fue porque quedó eliminado de una semifinal de Copa Libertadores. Miguel Ángel Russo, entrenador de aquel último Boca campeón de América, se fue con más pena que gloria. Ahora es el turno de el hombre más ganador de la historia del club. Sebastián Battaglia está viviendo horas críticas como entrenador del primer equipo. A pesar de haber ganado la última Copa Argentina y de haber promovido a varios chicos de divisiones inferiores (algo que no pasaba desde hacía mucho tiempo), está siendo mirado de reojo y denostado por el relato. ¿Juega bien Boca? No. ¿Tiene plantel para jugar mejor? Sí. ¿Puede ganar algún título? Por supuesto. El problema que tiene el club es haber caído en la trampa que le tendieron las mieles del éxito: el relato.
El Puma
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