VICENTE DUMARS, CAPÍTULO 7


          El regreso a Montevideo fue una larga pesadilla. Vicente no hablaba con nadie, ni con su padre. Caminaba con dificultad. Le dolía más el alma que ese muslo derecho. Ni bien aterrizó, agarró su auto y arrancó. Tomó la autopista del este. La lluvia y el frío azotaban en Uruguay. La tormenta era tan fuerte, que casi no veía delante de él. No sabía si estaba en Piriápolis o Punta del Este. Alcanzaba a ver algo de arena y mar, pero no tenía ni la menor idea de dónde estaba. Se enteró cuando cruzó el puente de la Barra, que fue cuando tuvo que bajar la velocidad. La tormenta creció. No había nada en los alrededores, por lo que tuvo que frenar al costado de la ruta. Mientras veía el agua azotar su auto, seguía masticando bronca por como quedaron afuera del Mundial. Cerró los ojos y los volvió a abrir al mismo tiempo que pegó un grito fuerte, largo, sostenido y desgarrador. Una cosa era segura, no quería jugar más en Peñarol. También era consciente de que su actuación en el Campeonato del Mundo fue buena, pero no lo suficiente como para despertar el interés del fútbol europeo. Puso el freno de mano, inclinó su asiento y se durmió.

         Cuando se despertó, solo había silencio. El día seguía nublado y parecía que se iba a largar a llover en cualquier momento. Remoloneó un rato en su asiento antes de bajarse a caminar. Se dirigió a esa playa desierta, con la arena mojada y el mar picado. Se detuvo a metros del agua y miraba al horizonte. El viento soplaba más fuerte, las nubes negras se avecinaron y la lluvia reapareció. Vicente dio media vuelta y volvió al auto. Se encerró y después de varias horas, volvió a arrancar.

Continuará...

El Puma

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