VICENTE DUMARS, CAPÍTULO 6
Cada vez se hacía evidente que Vicente no seguiría en el fútbol uruguayo. Venían equipos europeos a buscarlo y ofrecían fortunas. Nelson seguía oponiéndose. Una vez más se salió con la suya, Uruguay debía jugar el Mundial y convenció a los dirigentes de Peñarol de retenerlo y venderlo por más dinero después del Campeonato del Mundo. Lo hecho en la temporada anterior no pudo repetirse. El club tuvo que vender a otros jugadores y los que vinieron eran de menor jerarquía. El rendimiento de Vicente también había caído al principio, pero luego fue remontando. Su mente estaba en la máxima competencia. Uruguay llegaba como un posible animador del certamen. Debutaba ante Rusia y, sin jugar bien, venció por 1 a 0. El siguiente encuentro era ante Rumania y consiguió la igualdad en uno sobre la hora. Para lograr la clasificación, debía enfrentar a Inglaterra. En un pobre partido, igualó sin goles logrando la clasificación a los octavos de final.
El rival que lo esperaba era Portugal,
que había obtenido 3 triunfos seguidos. Los lusitanos venían con una confianza
ciega mientras que los charrúas con muchas dudas. El panorama era el conjunto
europeo intentando atacar y generar situaciones y los sudamericanos defendiendo
con garra, esperando que su figura se ilumine. Todo siguió igual y fueron a
penales. Pateó primero el conjunto portugués, convirtió. Vicente ejecutó el
primero y empató. Llegaron al quinto penal sin haber errado. Les tocaba a los
lusitanos primero. Tomó mucha carrera y le pegó muy fuerte, pero sin control, y
la pelota se fue muy arriba del travesaño. Uruguay tenía la gran chance. Y no
la desaprovechó. Un remate fuerte alto y al medio le dio la clasificación a los
cuartos de final.
Ahí estaba Brasil y la expectativa. El
recuerdo de aquel “maracanazo” histórico y cada vez más lejano, aparecía en las
tapas de los diarios y en los programas deportivos uruguayos. No se hablaba de
otra cosa. Aparecían los pronosticadores y hasta brujos tirando las cartas,
anunciando el triunfo celeste. Dirigentes de los clubes más poderosos del mundo
estaban en el estadio. Vicente sabía que ese era el partido de su vida. No
solamente un triunfo ante la “canarinha” lo catapultaba, sino también una gran
actuación suya le abría las puertas al tan anhelado fútbol europeo.
El marco era, en su mayoría, amarillo.
Brasil era el amplio favorito. Vicente entró muy enchufado al partido. Movió
Uruguay. Su figura hizo una gran jugada individual, quedando mano a mano con el
arquero y definiendo cruzado y por abajo. Baldazo de agua helada. A partir de
ese momento, los celestes se dedicaron a defenderse haciendo gala de la famosa
“garra charrúa”. Pero cuando Vicente agarraba la pelota, los brasileños
temblaban. Pasaban los minutos, y la cancha se inclinaba cada vez más para el
lado “verde amarelo”.
A esa altura, era un milagro que el
marcador se mantuviera 1 a 0 para Uruguay. Los palos, el travesaño, el arquero
y la férrea defensa celeste, lo hacían posible. Vicente había corrido mucho,
más de lo que acostumbraba y sus intervenciones comenzaron a disminuir. O, más
bien, servían para dormir el partido y conservar la pelota en los pies,
pisándola y provocando una falta adversaria. Faltaban cinco minutos. Vicente
tomó en la pelota en la mitad de la cancha y la fue llevando al costado. Tres
camisetas amarillas lo rodeaban y se desvivían para quitarle la pelota. Con una
pisada y un autopase de taco, se sacó a su marca de encima. Sin embargo, picó
hacia adelante y sintió el maldito pinchazo. Se dejó caer y permaneció en el
piso. Mientras los uruguayos pedían detener el partido para atender a su
figura, los brasileños fueron hacia adelante y, ante el descuido de sus
adversarios por solicitar atención médica, empataron el partido. El árbitro
convalidó el gol. Los celestes, olvidando a Vicente que aún seguía en el piso,
protestaron airadamente por la jugada. Todos se le fueron encima al árbitro,
quién primero hizo el gesto con sus dos brazos para que salieran de allí, y
luego tuvo que sacar algunas tarjetas. Echó a dos jugadores uruguayos y
amonestó a otros dos. Lejos de calmar los ánimos, los caldeó. El entrenador
entró a la cancha para calmar a los suyos y, de rebote, se llevó también la
tarjeta roja. Fue allí cuando percibieron que Vicente seguía tirado en el piso
y entraron los auxiliares. No podía seguir, hubo que hacer un cambio.
Sin su figura y con dos jugadores
menos, los uruguayos tuvieron que colgarse del travesaño para aguantar el
alargue e intentar llegar a los penales. Brasil tenía todas las de ganar. Sin
embargo, su excesiva calma exasperaba a sus “torcedores”. Ellos se sabían
ganadores, solo había que esperar el momento justo llegara. Los minutos pasaban
y la victoria seguía esperando. La pelota circulaba, los uruguayos corrían y
marcaban, pero no se generaba peligro en ninguno de los dos arcos. Llegó el
pitazo final y la definición por penales. Vicente miraba desde el banco de
suplentes con una bolsa de hielo en su muslo derecho y toda la bronca e
impotencia contenida.
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