VICENTE DUMARS, CAPÍTULO 5


 

         En la primera temporada, el rendimiento fue mejor del esperado. El estadio Centenario se llenaba domingo a domingo para ver a la nueva estrella del conjunto aurinegro. No había rival que pudiera detenerlo. Vicente se consagró campeón, goleador y máxima figura del campeonato local. Los dirigentes sabían que era cuestión de tiempo para que su estrella emigrara. Rechazaron ofertas de Argentina y Brasil, pero comenzaron a llegar ofertas de Europa. Nelson se oponía a cualquier posibilidad de emigración. Ese año, con el pretexto de intentar ganar la Copa Libertadores, Peñarol no lo vendió.

         Al año siguiente, sumando algunos refuerzos de jerarquía, disputaron el certamen continental. El rendimiento fue muy bueno. Llegaron a la final con relativa facilidad. Ahí debían enfrentar al Flamengo. La ida era en Rio de Janeiro, en el mítico estadio Maracaná. El marco de público era impactante, no cabía un alfiler. El equipo carioca comenzó como para llevarse puesto a su adversario y generó tres situaciones de peligro en los primeros cinco minutos. Sin embargo, tras despejar la pelota en un tiro de esquina, Vicente tomó la pelota rápidamente en la mitad de cancha y tiró una pared con un compañero quedando mano a mano con el arquero. Definió rápido y por arriba dejando mudas a 150 mil personas. Los periodistas uruguayos hacían la similitud de ese gol con el marcado por Alcides Ghiggia en el Mundial de 1950. “Otro maracanazo”, expresaba cualquier hombre de la prensa charrúa. A partir de ese momento, Peñarol quedó en una posición inmejorable. Manejaba la pelota, jugaba con la desesperación de Flamengo y se defendía lo más lejos posible de su arco. En el segundo tiempo, la dinámica fue parecida. Así llegó el segundo gol, también de la mano de Vicente quien, una vez más, quedó sólo frente al arquero. Esta vez, le amagó a irse por izquierda y se fue por derecha, dejando desparramado en el piso al guardameta y definiendo suave y por el medio ante el arco vacío.

         Media copa estaba ganada. En Uruguay, el triunfo se vivió a pleno. Ya se daba por descontada la vuelta olímpica. Los jugadores aurinegros salían en cuanto medio los convocaba y daban largas entrevistas. Ya se comparaba e instalaba a este Peñarol junto con otros que habían ganado la copa.

         Pero aún quedaba la vuelta. Los uruguayos querían dejar correr el reloj. Los brasileños, a la fuerza, tomaron la iniciativa y sorprendieron con un remate desde afuera del área que se metió en la valla aurinegra. Los cariocas no dejaron reaccionar a los montevideanos. Cinco minutos después, convirtieron 2 goles más. El Centenario parecía un cementerio. En el vestuario, el técnico arengaba a los gritos pelados. Todos se miraban desconcertados. Vicente sintió su orgullo herido y siguió al entrenador. “Estamos a un paso de la gloria, vamos a dar la vida”, dijo mientras levantaba el brazo derecho.

         El segundo tiempo fue totalmente diferente. Los locales salieron a llevarse por delante a su rival. Durante 15 minutos, los brasileños contenían los avances, pero luego tuvieron que replegarse y defendían muy cerca de su arco. La actitud era otra y el público así lo entendió. El estadio pasó a ser una caldera. Sin embargo, no lograban convertir. La defensa fuerte de Flamengo, su arquero y los palos decían que no una y otra vez. La desesperación comenzaba a dominar a Peñarol. Vicente pedía la pelota una y otra vez, habilitaba a sus compañeros y era marcado con mucha dureza. Llegaba el final y tuvo una corajeada. Tomó la pelota en tres cuartos de cancha, enganchó y dejó a dos rivales por el camino. Quedaba el último hombre a quien desparramó con un autopase y quedó solo con el arquero. No le dio tiempo de nada y definió abajo y cruzado. Estalló el Centenario. Finalizaban los 90 minutos, se debía jugar el alargue.

El cansancio comenzaba a sentirse. Durante el tiempo de descanso, los uruguayos se hacían masajear una y otra vez. Ya no tenían más cambios para hacer. El comienzo del alargue fue parecido al segundo tiempo. Los brasileños ya lograban hacer pasar el tiempo. No arriesgaban y dejaban que los locales hicieran el gasto. Durante 25 minutos, se jugó en campo de Flamengo. En ese momento, el entrenador carioca metió su último cambio. Un joven delantero para tener la pelota lejos de su arco. Este último comenzó siendo un dolor de cabeza para los montevideanos. Tomaba la pelota y arrastraba marcas, no se la podían sacar. La definición por penales estaba ahí al alcance. Se adicionaron 2 minutos luego del tiempo cumplido. En los últimos segundos, Peñarol se jugó su última carta en un tiro libre desde el costado derecho. Vino el centro de Vicente, el zaguero central cabeceó libre y la pelota dio en el travesaño. Los brasileños despejaron con un pelotazo largo que tomó el recién entrado. Picó y le ganó en velocidad al último hombre. El arquero desesperado salió a trabarlo afuera del área, el atacante definió por arriba y el costado al arco vacío. El Centenario volvió a enmudecer. Nadie entendía nada. Ni bien la pelota entró en la valla uruguaya, el árbitro marcó el final del encuentro. La alegría era brasileña. Los jugadores de Peñarol quedaron tirados en el piso. Algunos llorando y otros mirando alrededor buscando alguna respuesta. Vicente era el único de pie. Miraba el piso al principio hasta que levantó la mirada. Lo único que veía eran jugadores con camiseta rojinegra festejando ante el silencio de ultratumba reinante. Se acercó a sus compañeros y los fue levantando uno por uno. Una vez logrado, se acercaron a las gradas para aplaudir a los hinchas. Eso los contagió y el aplauso bajó de todas las tribunas para este equipo.

Continuará...

El Puma

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