VICENTE DUMARS, CAPÍTULO 3


          “Andá a calentar, que en unos minutos vas a entrar”, escuchó. Se levantó del banco de suplentes y se le doblaron las rodillas. Miró a su alrededor, el estadio un poco menos que medio lleno. Empezó a moverse sin sacarse su gorro y sus guantes. De pronto, el entrenador lo llamó. “Escuchá, le dijo, quiero que hagas lo mismo que en las prácticas. Pedí  la pelota, agarrala  y llevala hacia adelante”. Vicente estaba demasiado ansioso para entender, sólo quería entrar.

         El cambio llegó, con el número 16 en la espalda, comenzaba su carrera. Fue a buscar la primer pelota de modo tan acelerado que cometió una falta y se ganó la tarjeta amarilla. Se serenó, Danubio recuperó la pelota y él la pidió. La mostraba, la escondía, la llevaba pegada al pie y no podían con él. Recurrían al juego brusco, pero no se inhibía, seguía pisándola, acariciándola y dominándola. El público enmudecía, comenzaba a sentir temor y al ver que el triunfo seguro minutos atrás peligraba, pedía la hora. La marcación de Defensor era cada vez más estricta, pero el jovencito se las ingeniaba para pasar. El tiempo expiraba, la afición pedía tranquilidad. La pelota tenía como dueño a ese muchacho con el número 16, que comenzaba a encarar. Cuando todos pensaron que haría la jugada personal, pasó el balón a un compañero y éste de inmediato se lo devolvió. Llegando a los tres cuartos de la cancha, jugó nuevamente un pase hacia el sector izquierdo y recibió una devolución en el borde del área grande. Uno de los zagueros corrió con la intención de derribarlo y lastimarlo. Pero una pisada delicada, hizo pasar de largo al corpulento defensor, poniéndolo en ridículo. Levantó la cabeza, volvió a frenar, eludió al último hombre y quedó mano a mano con el arquero. Con un toque suave, bajo, pegado al palo, Danubio conseguía la igualdad. Sonó el pitazo final, los periodistas presentes lo buscaban, llamaban por teléfono a las redacciones para adjudicarse el descubrimiento de la nueva estrella del fútbol uruguayo.

         No pasó demasiado tiempo para que Vicente sea titular, como tampoco para que algún sector de la prensa reclamara un lugar para él en la selección. Su carrera creció de manera vertiginosa. La convocatoria al equipo nacional y la transferencia a un equipo más grande no tardaron en llegar. Sus fotos en las tapas de los principales medios uruguayos se repetían una y otra vez. Nelson estaba detrás de él todo el tiempo, cuidaba a su hijo como a la joya más preciosa de un sultán. No dejaba que nadie se le acercara, no permitía que se desconcentrara, lo sobreprotegía.

Continuará...

El Puma

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