MI JEFE
Al llegar a la oficina, percibí el mal
ambiente. Otra vez el jefe estaba de malas. Gritaba, maldecía, insultaba. No
volaba ni una mosca. Todos nos mirábamos entre nosotros. De pronto, con un
grito seco, me llamó. Entré a su oficina bajo miradas y susurros del resto.
Comenzó a recriminarme por mi actitud en el trabajo en los últimos días. Cerré
los ojos, respiré hondo, y cuando pronunció "sos
un inútil", exploté. "¡Callate la boca, energúmeno! Acá el único
inútil sos vos, que si no estuviéramos acá, tu empresa se va al tacho",
espeté. Se produjo un silencio de ultra tumba. Él me miraba atónito.
"¡Qué
mirás! Es la pura verdad. Mandás a otros a hacer tu trabajo. Te la pasás
encerrado en tu oficina mirando el techo y gritando. No tenés la menor idea de
lo que pasa de la puerta para afuera. Ese puesto te queda muy grande. En
cualquier momento, uno de tus chupamedias te va a desbancar y se van a pelear
entre ellos. Se están peleando para tener el serrucho más grande. ¿Te sorprende
lo que digo? Cuando te adulan, te enceguecés, ¡idiota! Nadie está cerca tuyo
porque seas gracioso, ingenioso o interesante. Cuando caigas, no va a quedar
nada sano tuyo de lo que te van a pisar. Y lo peor de todo, tu mujer se acostó
hasta con el portero de este edificio. Sí, ¿qué me mirás así? Por todos los
despachos de la empresa pasó, y cuando salías, no sabés las fiestas que había
acá. ¿Tenés ganas de matarte, verdad? ¿No esperabas enterarte de ésto?
Enterate, burro, todo lo que te dije es verdad".
No decía nada, hasta que reaccionó. "Ey", dijo. "Che, te estoy hablando", continuó. Abrí los ojos y me sobresalté. "¿Escuchaste lo que te dije?", agregó. "Sí, señor", respondí.
El Puma
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