¿MERCEDES? (PRIMERA PARTE)


 

         Pedro vivía horas de angustia. Sus días eran un calvario. La casa estaba siempre llena. Por un lado, tenía una esperanza, que se iba apagando con el correr de los minutos, de que ella se despertara. Ivan era su mayor sostén. Había dejado de ir a la oficina en el último mes, pero se mantenía ocupado cada tanto. Por otra parte, quería que este martirio se terminara de una vez por todas. Ya no quería dormir en su cuarto, pero permanecía muchas horas junto a su cama, recordando todos los momentos que pasaron juntos, todo lo que habían luchado para estar juntos para que una enfermedad venga y destruya todo en cuestión de meses. Pasaba ratos largos tomando la mano de Lenka y hablándole. Lloraba desconsoladamente todas las noches.

         Ivan entendió enseguida que debía alejar a Pedro algunas horas al día de la casa. Después de insistir, logró que su padrastro volviera a la oficina un par de veces a la semana. Pero eso no ayudó. Lejos de encontrar comprensión, le daban tareas como si nada sucediera.

         Se terminaba la semana, Pedro volvía a su casa. Estacionó el auto en su cochera y, al salir, su celular sonó. Vio quien lo llamaba y atendió. “Hola… sí… ¿Qué pasó?... ¿Qué?... ¿Vos estás loco?... ¿Cómo que tengo que viajar?... ¿Me estás cargando?... No me jodas… Sabés muy bien que no va a ser así… Lo que menos quiero es hablar con una mina en Fronha… Sabés muy bien que no voy a ir a hablar y volver… ¿No podés mandar a otro?... ¿Y no le contaste de mi situación?... Hubieras empezado por ahí… Ah, ¿si no es conmigo no hace el negocio?... Entonces que me espere unos días… Me estás jodiendo… No, ni en pedo… A ver, puede pasar en cualquier momento… Sí, ya sé que hace un mes que está dormida, pero… ¿Y si pasa cuando estoy afuera?... Yo no puedo creer que seas tan hijo de puta… No… A ver, escuchame bien, no me rompas las pelotas, no voy a ir… ¡No!... Disculpame, estoy llegando a casa… Llamá las veces que quieras, la respuesta va a ser la misma”.

         Ivan había escuchado la última parte e insistió a Pedro para que viajara. Tomó la iniciativa y le aseguró avisarle si notaba que podría llegar la hora. Pedro no entendía si Ivan le estaba tomando el pelo o si le estaba haciendo un chiste. Pero el tono de su hijastro comenzaba a ser más firme. Aún no se sabe cómo, lo convencieron. Su vuelo a Fromberg resultó eterno. Al llegar, quería tomarse el primer avión y volver, pero cuando se le acercó la persona que lo esperaba, siguió con su cometido. Lo llevaron al hotel, donde dejó su escaso equipaje y se duchó, para luego dirigirse a su destino final.

         Cruzaba esa ciudad tan conocida pero que no le interesaba. El chofer intentaba darle charla, pero era en vano. Llegaron a la sede del club Defer y fue conducido a las oficinas. “La señora lo recibirá en breve”, le avisó la secretaria. Miraba el decorado y las fotos, hasta que escuchó la orden de pasar. Del otro lado de la puerta, una cincuentona con la cara llena de cirugías y botox, lo recibió. Ambos se miraron fijo mientras se daban un apretón de manos. “Lamento haber insistido verlo en este momento tan difícil para usted, señor Vlaovic. Me enteré de eso cuando usted ya estaba en camino”, comenzó la anfitriona.

-         Bueno, ya estoy acá, respondió Pedro. ¿A qué debo el honor? Señora…

-         Disculpe, ¿dónde están mis modales? Soy Elizabeth Stevens. Tengo muy buenas referencias suyas en el ambiente del fútbol y estoy interesada en que iniciemos una etapa de intercambios de jugadores.

-         Interesante. Me hizo venir desde Buenos Aires, con mi mujer muriéndose, para decirme eso. Me hubiera mandado un mail y hubiéramos concertado una cita para un momento más propicio.

-         Espere Pedro – le sujetó la mano y éste se detuvo –, tiene usted razón. Ha sido egoísta de mi parte. No sé qué me sucedió. Pero déjeme compensarlo. Cenemos esta noche, hablemos y mañana se regresa a Buenos Aires en el primer vuelo”.

Si bien, su primer instinto fue rechazar la invitación, algo en su interior le decía de aceptar. ¿Curiosidad? Básicamente. Pero había algo más. ¿Qué quería esa mujer? ¿Estaba bien de la cabeza? ¿Estaba en presencia de una loca desquiciada o era una afamada mujer de negocios para quien el fin justifica los medios? Su alma de periodista mordió el anzuelo. El chofer pasó por él a las ocho de la noche y lo llevó hasta un lujoso restaurant en Monte Piraña. Ella ya estaba en la mesa esperándolo. Se había excedido en el maquillaje, pero se había puesto un vestido largo, amarillo, sin mangas y un llamativo escote. “De haber sabido que era una cena de gala, me hubiera puesto otra cosa”, dijo Pedro provocando una sonrisa abierta de Elizabeth. “Este es mi lugar favorito”, continuó ella. Se sentaron, vieron la carta y ordenaron. “Bueno, comenzó él, usted dirá.

-         Nuevamente quisiera disculpar mi reacción impulsiva en hacerlo venir aquí.

-         Ya está. Acepto sus disculpas.

-         Quiero decirle que estaremos muy contentos de contar con su ojo clínico. Usted y su grupo vieron en Tore Halversen a una estrella.

-         Bueno, cualquiera lo hubiera notado.

-         No sea modesto. Se me hace que es demasiado humilde.

-         No es para tanto”.

    Continuará...

    El Puma


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