MELISA


 

         No entiendo por qué me dejó. ¡Teníamos una relación tan linda! De un día para el otro, ya no me amaba. No sentía lo mismo, necesitaba espacio. Quedé tan golpeado que no salía de mi casa. Recibía gente que me consolaba, llamados de familiares y amigos dándome ánimo todo el tiempo. Pasé así varias semanas, llorando por los cuatro rincones. Hasta que me cansé y decidí salir a tomar aire.

         Ese día, hacía mucho frío. El otoño en Buenos Aires llegaba a su fin y el viento polar y húmedo soplaba sin cesar. Caminaba acurrucándome en mi tapado y casi sin mirar hacia adelante. Seguía sin prestar atención y sucedió lo inevitable, choqué con alguien. Empecé pidiendo disculpas y ambos quedamos atónitos. Era Melisa. Comenzamos a conversar formalmente, comentando lo que estábamos haciendo y la charla se fue tornando placentera.          La invité a tomar una café y nos dirigimos al bar que estaba en la siguiente esquina. Todo se estaba amenizando más y más, incluso cuando empezamos a hablar de Rita. Al principio, Melisa lamentaba que la relación haya terminado y no entendía la decisión que su mejor amiga había tomado. Se estaba haciendo tarde. Tuvimos que salir porque el local cerraba. A este punto, me animé y la invité a mi casa.

         El ambiente ya estaba. Era cuestión de tiempo para que sucediera. Y pasó. Comenzamos en el sofá con unos besos, hasta ponernos más fogosos y tocarnos. De ahí, una cosa llevó a la otra y a la cama no se tardó mucho más. Ambos estábamos liberados y saldando una vieja deuda. “Ojalá Rita me estuviera viendo”, me decía. Deseaba fervientemente que se enterara de esto, pero con el correr de las horas y de seguir teniendo relaciones, la borré de mi mente. Ya parecíamos dos animales en estado de salvajismo puro. En el momento cúlmine, ambos gritamos y cerramos los ojos. Al abrirlos, salté de la cama. Estaba completamente transpirado. Miré al lado y no había nadie. Finalmente entendí que debía seguir con mi vida, que el duelo debía llegar a su fin.

         Esa misma noche, decidí salir a dar una vuelta. Me fui hasta el centro comercial más cercano. Después de mucho tiempo, volví a sonreír. Estaba llegando al final del pasillo y me aprestaba a subir al siguiente nivel. Al llegar a la escalera, delante mío aparece ella. Sí, era Melisa. Nos saludamos efusivamente y empezamos a conversar. No esperé más y la invité a tomar un café.

 El Puma

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