LA ERA DE LOS TORNEOS CORTOS: COMIENZA A CONSOLIDARSE EL RIVER DE RAMÓN DÍAZ


     Comenzada la segunda mitad de la década del 90, el dominio de Vélez parecía ser absoluto e indiscutido. Boca Juniors con Carlos Salvador Bilardo en el banco de los suplentes, sumado a la presencia de Diego Armando Maradona como capitán y Claudio Caniggia como su principal ladero, no había presentado los elementos suficientes como para destronar a la institución de Liniers. Pero apareció el mismo equipo que comenzó dominando la década: River Plate. 

    Los de Núñez venían de dos años muy irregulares, tras la partida de Daniel Passarella, primero, y de Américo Rubén Gallego después. El primero que los sucedió fue Carlos Babington, pero su era no alcanzó a completar un torneo corto y el "inglés" se tuvo que ir tras magros resultados conseguidos, contando con el plantel campeón invicto que Gallego le había dejado. Asumió en su lugar un histórico hijo de la casa: Ramón Ángel Díaz. El "Pelado" de quien se esperaba que llegara como jugador para retirarse en la institución, fue convencido por el entonces presidente, Alfredo Davicce, y se puso el buzo de entrenador. Los primeros seis meses del riojano no difirieron demasiado en el rendimiento con respecto a su antecesor. El equipo deambulaba por la mitad de tabla y contaba con las pinceladas de Enzo Francescoli quien salvó del papelón al conjunto "millonario". En los seis meses siguientes, en el campeonato local no daba pie con bola, pero avanzaba en la Copa Libertadores de América. Se decía que fines de junio de 1996 contenía la fecha de vencimiento del "Pelado" como entrenador de River. Sin embargo, la obtención de la Copa Libertadores de ese año hizo que se le renovara el contrato. 

    Con el comienzo del Apertura 1996, el nivel del equipo empezó a mejorar. Con las contrataciones de Eduardo Berizzo, Roberto Monserrat, Julio Cruz, Marcelo Salas, Sergio Berti sumado a la consolidación del liderazgo de Francescoli, la explosión definitiva de Ariel Ortega y la mejora en el rendimiento de Hernán Díaz, Leonardo Astrada, River volvía a ser el equipo temido y temible para cualquier rival. De a poco, Ramón Díaz fue cambiando murmullos y algunos insultos por aplausos. De las dudas de la dura platea San Martín al "oy, oy, oy, oy, es el equipo de Ramón". De ser un equipo impredecible a ser sólido en todas sus líneas y practicar un fútbol muy intenso y contundente. Germán Burgos y Roberto Bonano se repartían el arco. Hernán Díaz era la salida clara por la derecha, Celso Ayala se ganó el puesto y junto con Berizzo componían una gran dupla central. Juan Pablo Sorín por la izquierda completaba la defensa. Monserrat iba y venía por la derecha, además de tener mucha llegada al arco, mostrando su mejor versión, como cuando jugaba en San Lorenzo. Astrada era el amo y señor del mediocampo. Ortega y Francescoli alternaban en la creación y la última estocada, mientras que Berti era quien generaba juego por el andarivel izquierdo. Adelante estaba el goleador llegado de Banfield, Julio Cruz, y como relevo el chileno Marcelo Salas. Este último había sido elegido por Boca (de hecho el delantero durmió una noche en la concentración "xeneize"), pero Bilardo le bajó el pulgar ya que, según él, los jugadores trasandinos no tenían la capacidad suficiente para triunfar en el fútbol argentino. Los grandes también son humanos y se equivocan.

    El andar contundente de River se vio frenado muy pocas veces. Una de ellas fue ante su eterno rival e insufrible karma durante la década del 90. En la Bombonera cayó por 3 a 2, con un gol en los últimos minutos convertido con un nucazo. Sin embargo, eso no intimidó a los dirigidos por Ramón Díaz. Con actuaciones contundentes y resultados inapelables, logró ser campeón antes de tiempo al golear a Vélez en el Monumental, por 3 a 0, en una noche tormentosa y en la que Salas, convirtiendo dos goles, se consolidó como ídolo del club. 

    De Ramón Díaz se decían muchas cosas: que los dirigentes le armaban el equipo, que Francescoli era quien verdaderamente armaba la táctica y tomaba las decisiones, que tenía mala relación con sus dirigidos, entre otras cosas. Todos dimes y diretes incomprobables. La realidad es que ese torneo (el primero que obtuvo a nivel local) comenzaba a consolidar al riojano como uno de los grandes entrenadores de la historia del club. 

El Puma

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