MELINA Y JOSÉ, CAPÍTULO 1
El avión se encontraba por encima de las nubes, arriba de la
tormenta que había azotado a Roma antes de salir. Después de algunas
turbulencias, volvió la calma. Comenzaba a anochecer. La cabeza de Melina
apuntaba a la ventanilla. Veía la caída del sol, pero no la miraba. Estaba ida,
en otra dimensión. Había logrado poner su mente en blanco. Cuando llegó la
oscuridad, bajó la ventanilla, tomó el antifaz, se lo puso y se durmió. El
comisario de a bordo intentó despertarla para cenar, pero fue imposible. Hasta
temió que esté muerta.
Cuando abrió los ojos, en forma muy borrosa, percibió que la
tripulación la rodeaba. “Se encuentra bien, señorita”, le dijo uno. Asintió con
la cabeza y se levantó. Estaba despeinada y con una marca en la cara, típica de
recién despierta. Hubiese permanecido ahí un rato más, pero ya no quedaba nadie
y debía salir. Caminaba a paso lento. Miraba los aviones que estaban quietos en
el aeropuerto de Ezeiza. Volvía a su tierra, pero nadie la esperaba. Había
perdido contacto con su gente. Tomó su bolso y salió. Se puso unos lentes para
protegerse del sol, tomó un taxi y arrancó.
El chofer intentaba darle conversación, pero era inútil. Al
igual que en el avión, veía el paisaje por la ventanilla. Al llegar a la
esquina de Acoyte y Rivadavia, se bajó y caminó. Cruzó el parque y se frenó
frente a un departamento de la calle Rosario. Miraba la puerta y tocó el
portero eléctrico en el quinto A. No recibió respuesta. Insistió. No tuvo
éxito. ¿Adónde iba a ir ahora? Volvió al parque, se sentó en un banco y
permaneció con la cabeza baja allí durante un par de horas. ¿Qué iba a hacer?
Volvía a una tierra que era suya pero que le resultaba extraña. Las cosas no
eran como cuando se había ido. Estaba sentada, completamente ida. Nadie se
acercaba. Poco a poco, el sueño empezaba a vencerla. Dio un cabezazo y se
reincorporó. Eso le dio impulso y se levantó del banco. “Ya sé dónde ir”, se
dijo.
Continuará...
El Puma
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