CESKO ARGENTINSKY, CAPÍTULO 14
En cuanto se recuperó, como pudo, se
dirigió al hotel de Pedro. Pidió por él en recepción, fue llamado y esperó. Al
llegar, se lanzó a sus brazos y volvió a estallar en llantos. “Tenías razón, mi
amor. Perdoname, nunca más voy a dudar de vos”, sollozaba. Lejos de
reprocharla, la abrazó, acarició y consoló. “Vámonos a Madrid, siguió, sácame
de acá, no quiero seguir viviendo si no es con vos.
-
Tranquila. Podemos
irnos mañana mismo.
-
¡Sí! ¡Sí! Cuanto
antes”.
Permanecieron abrazados un rato largo.
Acordaron marcharse en los días siguientes. Ella debía volver a su casa a
buscar algunas cosas y enfrentar a Michal. Enfiló a su hogar con una mezcla de
bronca, miedo y ansiedad. Era tarde, estaba oscureciendo y comenzó a llover copiosamente.
Entró. Ese silencio inicial se le hizo largo, hasta que escuchó “¿Lenka?” Se
acercó a la habitación y lo encontró acostado. Miró para los costados, se asomó
a la puerta, observó y preguntó: “Y la enfermera.
-
Se fue hace unos
minutos.
-
¿Por qué?
-
Le dije que se fuera,
sabía que no tardarías mucho más”.
El rostro de Lenka comenzaba a
arrugarse. Más lo observaba, más odio crecía en su interior. Pero en ese
momento optó por no decir nada. En el fondo, tenía cierta curiosidad en la
forma que estaba sosteniendo la mentira. “Escucha Lenka, comenzó Michal, no sé
cuánto me quede de vida. Quizás esta pueda ser mi última noche, así que pienso
pedirte algo.
-
Te escucho.
-
Sé que no fui un esposo
ejemplar y que te descuidé. Pero tuvimos nuestros tiempos felices. Por ellos es
que quiero pedirte tener una última noche de pasión.
-
Pero…
-
Concédeme ese favor,
por los buenos tiempos”.
Ella permaneció muda. Pareció asentir
y él lo tomó como un sí. “Gracias, mi buena esposa, exclamó. Ahora tráeme un
vaso de whisky.
-
Michal, tu salud.
-
Ya la tengo arruinada
de todos modos. Sírveme ese whisky”.
Ella obedeció. Su ira crecía, pero le
seguía la corriente. Sirvió la bebida, y luego se acercó al botiquín del baño.
Buscó unos segundos y encontró un laxante líquido. Lo llevó a la cocina y lo
vació sobre el vaso de Michal. Este, mientras tanto, sacó un viagra de su
bolsillo y lo colocó casi escondido en la mesa de luz. Lenka acercó a su esposo
el vaso, se lo dejó juntó a él y se fue a preparar la cena. No pasaron ni 5
segundos para que se acabe el whisky tragando la pastilla de viagra entera.
Mientras tanto, Pedro estaba acostado
en su habitación. Miraba desde su cama hacia la ventana la tormenta que
comenzaba con truenos y relámpagos. Comenzaba a preocuparse. Temía que Lenka
estuviera en peligro. Sentía que debía estar con ella. Pasados los 10 minutos,
tomó su impermeable y salió rumbo a la casa de su amada donde, en ese momento,
una vez que estaba todo listo, ella desplazó a Michal a la sala con su silla de
ruedas y se sentaron. Él se mostraba extrañamente cariñoso, como nunca antes lo
había sido ante el desconcierto de su esposa. Sin embargo no confiaba en ese
hombre con quién había compartido tantos años. El falso juego de seducción
avanzaba aunque ella se estaba fastidiando. Sabía que su esposo ocultaba una
intención, pero no sabía cuál y eso le daba miedo.
“Sabes algo Lenka, comenzó él, con
todo este tiempo en que te fuiste y mi enfermedad, me doy cuenta de que nunca
aprecié todo lo que has hecho.
-
En buena hora lo
reconoces.
-
No seas cruel.
-
No podría serlo más de
lo que fuiste.
-
Sé que pido mucho y
seguramente tengas razón.
-
La tengo.
-
Lo sé. Pero todo este
tiempo me hizo reflexionar y recordar los muy buenos momentos que hemos vivido.
-
¿Cuándo crees que
acabaron estos momentos?
-
Lamentablemente, es
otro de los tantos casos en que la rutina venció al matrimonio.
-
¿No será que empezaste
a abusar de la bebida, la vagancia y mi paciencia?
-
Yo no soy un borracho.
Sí gusto de algunos tragos.
-
No me sigas tomando por
estúpida, Michal.
-
¿Por qué dices eso?
-
¿Pensabas seguir así
mucho tiempo más?
-
Por favor, Lenka. Soy
un hombre enfermo.
-
Enfermo de la mente.
Todo este tiempo me mentiste. ¿Por qué no me dijiste que te despidieron?
-
¿Quién te lo dijo? Eso
es una infamia. Soy el mejor flautista de Praga y uno de los mejores de Europa,
nadie puede despedirme.
-
¿Por qué no recibiste
pensión por invalidez? O será que con eso también estás mintiendo”.
Esa última frase transformó el rostro
de Michal. Era un volcán a punto de explotar. Tomó unos segundos y respondió:
“Ya que hablamos de mentiras, ¿por qué no me cuentas de las tuyas?
-
¡Cómo te atreves!
-
Ella pregunta cómo me
atrevo. La señora abandona el hogar por tiempo indeterminado y al llegar me
quiere echar de mi casa como si fuera un perro sarnoso.
-
Esta casa es mía.
-
Pero estamos casados.
-
Yo vivía aquí antes de
que nos casemos.
-
Ella me culpa de todos
sus males, pero mientras tanto se divierte a mis espaldas.
-
Eso es lo que tú haces,
con las bailarinas en esos antros.
-
Y sigues esquivando el
tema. Como si no tuvieras amantes. O acaso crees que no lo sé.
-
¿Que no sabes qué?
-
Que lo único que quieres
es dejarme para ir a revolcarte con ese novio argentino de tu adolescencia”.
Mientras afirmaba esto último, Michal
se levantó de la silla y tomó el cuchillo que tenía a la derecha del plato.
Lenka palideció, acababa de terminar de descubrir la mentira de su esposo, pero
no tenía tiempo para pensar. Sin dudarlo, salió corriendo hacia la puerta y él
fue detrás. Cruzó la puerta, bajó rápido las escaleras mientras era perseguida.
“Ven acá, perra desgraciada”, gritaba
Michal. Ella logró salir del edificio y salió corriendo bajo la lluvia
torrencial. Pasó enseguida a la vereda de enfrente. Él la seguía. Cuando comenzó
a cruzar la calle detuvo su marcha antes de llegar a la acera. Sintió un fuerte
dolor en el pecho, pegó un grito mientras una flojera del estómago le producía
una diarrea repentina. En simultáneo, un auto que pasaba a toda velocidad,
intentó frenar, pero no logró hacerlo a tiempo y se lo llevó por delante,
arrojándolo por el aire y provocándole una espectacular caída.
Lenka vio eso y frenó su marcha. No
quiso retroceder, pero no se movía de allí. Veía a su esposo tirado en el medio
del asfalto, mientras el conductor se le acercaba preocupado. Tenía mucho
miedo. Creía que si se aproximaba al lugar, él se levantaría y la mataría. De
pronto, escuchó que alguien la llamaba. Miró hacia adelante y percibió a una
persona que se acercaba corriendo hacia ella. Al reconocerlo, fue rápido a su
encuentro. “¡Pedro!”, gritó. Se fundieron en un abrazo y permanecieron así
durante un largo tiempo, mientras eran empapados por el chaparrón que se
esparció por toda Praga. La pesadilla había terminado.
Continuará...
El Puma
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