CESKO ARGENTINSKY, CAPÍTULO 3
Después de largas, ruidosas y agitadas
horas, el micro llegaba a Bariloche. Al abrirse la puerta, una manada de
adolescentes bajaba velozmente para comenzar a disfrutar de la nieve, el
paisaje, las noches de discoteca, la diversión sin límites que todo viaje de
egresados propone. Los últimos en hacerlo fueron dos jóvenes enamorados y
acaramelados, cuyos ritmos y pulsaciones eran mucho más lentas que las de sus
compañeros. “Apúrense, que no salen en la foto”, escuchaban de alguna voz
excitada.
Pedro y Lenka no se separaban ni un
segundo, caminaban abrazados o tomados de la mano. Disfrutaban de un noviazgo
largo y, para ese entonces, consolidado. Compartían alegrías, tristezas,
salidas individuales y grupales.
Esa semana fue inolvidable para ellos.
Esquiaron, bailaron, hicieron excursiones, bajaron las montañas en trineo,
compartieron largas horas de diversión y pasión. Sabían que meses más tardes,
la separación era inminente y disfrutaban de todo el tiempo que tenían. Su
familia debía regresar a Checoslovaquia y ella estaba a punto de obtener una
beca en la Sorbonne de París. Él debía quedarse en Buenos Aires ya que, después
de la muerte de su padre poco tiempo atrás, la situación económica se hizo más
difícil y su madre no podía enviarlo a estudiar afuera.
El año escolar terminó, Lenka debía
dejar la Argentina y estar seis meses en Praga. Los últimos instantes, hasta la
hora del embarque, no se despegaron ni un minuto. Pedro pasó a buscarla para
desayunar y luego pasear por la ciudad, almorzar, llevarla a la cancha a ver a
River por última vez y a cenar. Cuando llegó el momento, se dieron un largo
abrazo y beso con lágrimas en los ojos. Durante ese verano, se carteaban seguido.
Lo hicieron varios meses más, luego la frecuencia disminuyó hasta que la vida
los llevó a lo inevitable y a seguir sus caminos. Desde el día de la triste
despedida a su feliz reencuentro, habían pasado 20 años.
Continuará...
El Puma
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