CESKO ARGENTINSKY, CAPÍTULO 2
“¡Lenka! ¡Lenka! ¿Dónde estás? Cada
vez que la necesito, desaparece”, gritaba Michal por todos los rincones de la
casa. Hacía el recorrido del hogar repetidas veces, la respuesta no llegaba.
Bajó a la vereda y preguntó a los vecinos por ella. Hasta que volvió al
edificio y tomó la correspondencia. Subió con los sobres que miró de reojo
hasta llegar al último. Este no era ni una cuenta, ni un citatorio, sino una
carta personal. Sacó la hoja y leyó:
“Michal,
Te escribo esta carta
porque cuesta mucho comunicarme contigo. Siento que no puedo hablar, siempre
estás de mal humor, regañándome, maltratándome. No compartimos nada, nos hemos
estancado y desde hace un tiempo estamos cada vez más lejos. Estoy ahogada y
necesito encontrarme conmigo misma. Me voy de viaje por unos días, aún no sé
dónde. No te preocupes por Ivan, lo dejé en casa de mis padres y se quedará
allí. Creo que él también necesita distanciarse de nosotros, está sufriendo
mucho y esto no es justo, no quiero que esté en el medio. No trates de seguirme
o de encontrarme, será lo mejor. Cuando vuelva, hablaremos. Espero que esto nos
sirva a los dos.
Lenka.
Al terminar de leer, Michal enfureció
aún más. Rompió la hoja en pedazos, pegó un grito desaforado, se dirigió a la
ventana más cercana y miró hacia fuera. “Desgraciada”, pensaba mientras fruncía
su ceño.
Lenka, luego de escribir la carta, cargó un bolso con
ropa y objetos personales enfilando para la estación central y tomar el próximo
tren que salía de Praga con rumbo desconocido. Este la llevó a Viena, donde
bajó y caminó largas horas, deteniéndose solo para tomar café y reflexionar.
Trataba de recordar cuando fue la última vez que sonrió junto a su esposo, o si
en alguna ocasión lo había hecho. Intentaba rememorar los momentos felices si
es que hubo alguno.
Permaneció solo un día en la capital
austríaca, su siguiente destino fugaz fue Salzburgo. Siguió hasta París, donde
permaneció más tiempo. Caminaba por los Campos Elíseos, Mont Martre sin
contemplar las bellezas de la Ciudad Luz. Lloraba mucho.
Continuó con su recorrido, tomó el
tren que salía para Hendaya en la estación de Montparnasse y partió. Llegó por
la noche, pero no detuvo la marcha allí. Amaneció en Atocha, exhausta. Decidió
permanecer en Madrid. Se alojó en un albergue cerca de la Puerta del Sol, tomó
una ducha y siguió con su caminata interminable que la llevó al Museo del Prado
donde ingresó. Permaneció unas horas mirando pinturas y su rostro comenzaba a
tener otro semblante. Sabía que debía hacer un cambio drástico, patear el
tablero, terminar su matrimonio y empezar de nuevo.
Al terminar su recorrido contemplando
las obras de Velázquez, Murillo y Goya, continuó bordeando el Jardín Botánico y
pasando la Puerta de Alcalá. Ahora disfrutaba el paisaje, pero seguía
distraída. De pronto, al ir mirando hacia su derecha, chocó con otra persona
que venía a paso firme. Reaccionó y lo primero que escuchó fue “discúlpeme, no
venía mirando”. “No tenga usted cuidado”, le contestó.
Ambos permanecieron ahí mirándose a
los ojos unos segundos hasta que él atinó. “¿Lenka?” Ella atónita primero y
luego con una sonrisa de oreja a oreja, respondió: “Pedro”. Las expresiones en
sus caras cambiaron como por arte de magia. Se dieron un fuerte y largo abrazo.
“No puedo creerlo, exclamó él, tanto tiempo.
-
Sí, es increíble. Muchos años. ¿Cómo has estado?
-
Bien, con muchas cosas en la cabeza. Pero, ¿y vos? Estás hermosa.
-
Gracias.
-
¿Qué estás haciendo por acá?
-
Me tomé unos días, ¿y vos?
-
Yo vivo acá, hace unos años ya. ¿Estás con tiempo?
-
Sí, por supuesto.
-
¿Tenés ganas de tomar un café y ponernos al día?
-
Me encantaría”.
Continuará...
El Puma
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