SIGMUND PANDER, CAPÍTULO 3 (FINAL)
_ Ahora voy a decirle como lo resolví. Una
vez que la mujer se calmó, me llevó al sótano de la casa. Allí, luego de cruzar
un pasillo lleno de puertas laterales, en el fondo había un gran portón de
hierro. En él había un cartel que decía “Prohibido entrar”. Cuando abrí dicho
portón, no puedo explicarle la impresión que tuve en ese momento.
_ ¿Por qué?
_ Porque creí que lo que había allí era
historia pasada, algo que nunca volvería a ocurrir.
_ ¿Que puede ser tan terrible?
_ Del lado interno del portón, había una
bandera con la cruz svástica y un retrato de Adolf Hitler. Pero lo más
aterrador estaba dentro de esa habitación. El hombre había matado y degollado a
sus dos anteriores esposas, enterrándolas allí y dejando sus cabezas al lado de
las lápidas.
_ Un momento, usted dijo que la primera
mujer de Varela Méndez había muerto en un accidente de auto.
_ Eso es lo que ese canalla nos hizo creer.
Lo que hizo fue matar a alguien más, echarle gasolina encima al auto y
prenderle fuego. El cadáver quemado no iba reconocerse tan fácilmente.
_ ¿Cómo fue que la señora Varela Méndez
descubrió que su esposo la quería matar?
_ Ella jamás bajaba al sótano. Su esposo
siempre le decía que prefería ir él. Una tarde, ella, aprovechando que Varela
Méndez fue a dormir una siesta, no pudo resistir la curiosidad y bajó a ese
desconocido lugar. Después de haber visto ese sitio espantoso, subió
rápidamente y allí encontró a su esposo que comenzó a hacerle preguntas. Él
dedujo inmediatamente que su esposa había estado ahí y decidió que había
firmado su sentencia de muerte. Comenzó a perseguirla por la casa. Ella, en un
momento en que Varela Méndez se distrajo, le rompió un jarrón en la cabeza y lo
desmayó. Allí fue cuando me llamó.
_ ¿Qué más pudo averiguar?
_ El hombre era un nazi, que logró escapar
de Alemania junto a su padre y, cambiando su identidad, decidió seguir con las
atrocidades que se hacían en su país.
_ ¿Y por qué mató a sus esposas?
_ El hombre tenía todo planeado. Sus tres
esposas eran judías y esperaba el momento justo para asesinarlas.
_ Usted dijo que ese hombre se cambió de
identidad, ¿cual era su verdadero nombre?
_ Nos costó averiguarlo, ya que tenía la
documentación bien escondida. Pero finalmente descubrimos que su nombre era
Sigmund Pander.
_ ¿Supo algo de la señora después del caso?
_ Hizo demoler la casa al poco tiempo y se
recluyó en un pueblo; creo que en la provincia de Córdoba. En mi opinión, no
pienso que se haya repuesto de semejante golpe.
_ ¡Que barbaridad! Realmente no puedo creer
que todavía haya gente con esa mente tan retorcida.
_ Pero es así lamentablemente, amigo mío.
Estoy seguro de que en el mundo existen muchos Sigmund Pander.
_ Y esperemos que haya muchos Alejandro
Roubicek para capturarlos.
_ Así es. ¡Uy! Se me hizo tarde - dijo
mirando su reloj -. Fue un placer charlar con usted, me encantaría quedarme
para seguir hablando pero tengo un compromiso”.
Ahí nos despedimos con otro apretón de manos. Estaba impresionado por la historia narrada y por la personalidad a veces fría, a veces demasiado humilde del comisario. De allí me fui a la redacción para publicar la nota.
El Puma
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